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KAK - Same

 

KAK's self titled debut long play is guitar driven hard acid rock with a little west coast attitude going on. More specifically there is a solid Blue Cheer vibe all over this "one and done" recording. Lead guitarist Dehner Patten plays a mean acid rock guitar throughout, although there are two relatively mild tunes that seem out of place on here. The lead vocalists and main writer for this band, Gary Lee Yoder, later moved on to Blue Cheer.

Laid-back West Coast psych with a rural / mystical vibe, similar perhaps to MU. Perfect for stoned summer evenings away from the city.

De la Sombra al Culto: El Ascenso Tardío de KAK

Hay bandas que nacen para que las escuchen cuatro imbéciles con suerte… y otras que nacen para ser olvidadas desde el primer acorde. KAK fue de esas últimas. No pidieron permiso, no pidieron aplausos, ni siquiera pidieron un maldito escenario. Simplemente existieron, como esas botellas que te encuentras tiradas en la calle a las seis de la mañana: ajenas, rotas, brillando un segundo antes de que el basurero se las lleve.

En su tiempo nadie les hizo caso. El mundo quería éxitos, quería prodigios, quería luces relucientes. KAK solo ofrecía ruido frágil, psicodelia medio torcida y un puñado de canciones que parecían escritas después de una mala noche y media resurrección. Así que, claro, los ignoraron.

Años después, cuando ya nadie estaba mirando, el disco empezó a circular como un secreto inmundo, pirateado, intercambiado, adorado por gente que colecciona ruinas y juramentos rotos. Hoy suena a eco necio, a pulsación que se niega a morir. Un destello sucio y terco que encuentra su hogar en la noche, donde siempre estuvo mejor que en cualquier vitrina.

En algún lugar de San Francisco donde huele a quemado: Introducción a KAK

KAK nació como nacen los incendios buenos: con dos desadaptados jugando con cerillas en un garaje californiano. A finales del ’67, cuando el sol de Davis derretía cerebros y las universidades hervían con tipos que pensaban que podían escapar de sí mismos, Gary Lee Yoder y Dehner Patten —fugitivos de The Oxford Circle, ahora fetiche para coleccionistas sin remedio— decidieron parir otro monstruo eléctrico. Juntaron guitarras, humo y ambición barata, y arrastraron a Joe Dave Damrell para el bajo y el sitar, mientras Chris Lockheed golpeaba batería y clavicémbalo como si estuviera echando diablos del cuerpo.

Con esa alineación medio poseída se lanzaron a San Francisco, la ciudad donde todo parecía posible… excepto que la gente te escuchara. Ahí, entre salas pegajosas y carteles fluorescentes, apareció Gary Grelecki, productor y cazador de causas perdidas, que les vio la chispa y los empujó a firmar con Epic Records. Una movida tan absurda como tierna: esos huevones todavía estaban gateando entre cables y ácido, y de pronto tenían un sello gigante mirándolos como si tuvieran futuro.

En 1968 escupieron su único disco, KAK: una mezcla torcida de ideas prestadas y propias. Un mordisco a Moby Grape, un manoseo a Quicksilver, la sombra errante de Grateful Dead y un guiño pastoral a Donovan. Todo filtrado por la cabeza de Yoder, que probablemente componía como quien aprieta una herida para ver si todavía duele.

Richie Unterberger lo llamó “rock psicodélico de San Francisco de ligas menores”. Y quizá sí. Pero ahí, en esas ligas menores, es donde se esconden los discos que te dejan cicatriz. Los que no pretenden salvarte; los que apenas pueden salvarse a sí mismos.

Sacaron dos singles, “Everything’s Changing” y “I’ve Got Time”. El público los ignoró con una precisión quirúrgica. Ni un murmullo, ni un bostezo interesado. Para finales del ’68 Damrell saltó del barco, y a inicios del ’69 KAK se derrumbó sin hacer ruido… porque el ruido, el verdadero, vendría después. Como epílogo torcido, Yoder lanzó un single en solitario antes de unirse a Blue Cheer, esa banda que incendiaba amplificadores como si fueran leña húmeda. KAK, mientras tanto, quedó flotando en el limbo de los discos malditos: ninguneados al nacer, venerados cuando ya era demasiado tarde.

Un fracaso hermoso.
Un fantasma necesario.
El tipo de disco que un blog  como este está obligado a desenterrar.

KAK: La Vibración Secreta del Haight

Impresiones Personales: La Dulzura que Raspa y la Electricidad que Abraza

Un álbum bastante cumplidor y con el ácido en su punto justo. KAK logra capturar ese sonido real de San Francisco —el que huele a sudor, incienso barato y amplificadores a punto de morir— y lo deja vibrando en sus cimientos como un eco sugerente, atractivo y potente. No siempre golpea con toda la fuerza que promete, pero cuando aparecen Everything’s Changing o Bryte ’N’ Clear Day, el voltaje sube como si alguien estuviera derramando electricidad en la consola: un sonido pesado, eléctrico y cadencioso que recuerda a Quicksilver Messenger Service en su fase más febril. Para mí, ahí late la verdadera esencia del disco: una psicodelia que no pide permiso, solo muerde.

En el otro extremo, las piezas de tono más folk/country —I’ve Got Time, Flowing By— se mueven en un punto medio que no empalaga pero roza ese borde peligroso de lo “demasiado dulce”. Aun así, se dejan escuchar con dignidad. Son parte de esa mezcla frontal y sin vergüenza: un poco de todo lo que circulaba en la Costa Oeste, reinterpretado con esa torpeza encantadora que solo tienen los discos nacidos para fracasar primero y volverse de culto después.

La propuesta no inventa nada, pero lo que aplica, lo aplica con su propio color: psicodelia tornasolada, folk/country que calienta el pecho, un toque ácido que se queda en la lengua y arreglos que, sin ser virtuosos, tienen un swing prendido y honesto. Es una experiencia ideal para una sesión intensa, aunque tropieza en esos momentos “cursis” donde el ritmo parece diluirse.

Pero la magia —la verdadera— está en su grosor, en ese aroma a 1969 que se pega a los oídos como polvo dorado. Escucharlo es asomarse a un rincón del tiempo donde todo estaba a punto de explotar o desmoronarse. Y por eso mismo, KAK termina siendo una de esas maravillas perdidas del ‘69: un clásico extraviado, sí, pero también un recordatorio de que la vieja escuela de la Costa Oeste sabía parir discos que brillan mejor desde la sombra.

Mini-datos:

  • El álbum que nació muerto… y luego se volvió santo grial: Cuando salió en el ’68, nadie le hizo caso. Ni una mueca, ni una crítica. Pero con los años se volvió uno de esos discos imposibles de encontrar, tan codiciado que empezó a circular en ediciones pirata por toda la Costa Oeste, como si fuera contrabando psicodélico.

  • Un bajista multitask: bajo, sitar y espíritu viajero: Joe Dave Damrell no solo tocó el bajo: también metió sitar porque… bueno, era 1968 y alguien tenía que sonar “oriental y lisérgico”. Ese detalle le dio al álbum un toque exótico que lo separa del resto de la camada psicodélica.

  • Gary Lee Yoder: del culto al cañonazo: Tras la disolución precoz de KAK, Yoder terminó en Blue Cheer, una banda que básicamente dinamizaba amplis por deporte. Pasó de la psicodelia elegante al proto-metal abrasivo. Un salto que explica por qué algunas partes del disco ya tenían ese músculo escondido.

  • Un productor que vio oro donde otros vieron polvo: Gary Grelecki —que ayudó a firmarlos con Epic— fue el único lunático que realmente creyó que la banda podía romperla. Aunque no ocurrió, dejó su huella coescribiendo varios temas y convirtiendo el álbum en una de esas joyas olvidadas que décadas después generan mitología.

01. HCO 97658
02. Everything's Changing
03. Electric Sailor
04. Disbelievin'
05. I've Got Time
06. Flowing By
07. Bryte 'N' Clear Day
08. Trieulogy
09. Lemonaide Kid

 CODIGO: U-44



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