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Ultimate Spinach - Same

 

Ian Bruce-Douglas’ short-lived Ultimate Spinach was a different kind of psychedelia; mixing Baroque music with sitars, spatial guitars with Theremin, harmonica & wood flutes within hard rock lines. Some lyrics had a strong influence of the poetry of Kenneth Patchen and the philosophies of Jean-Paul Satre. Here truly was a serious new recording artist, in the middle of a generation in change, during the year 1968. The Alan Lorber produced the album, "Ultimate Spinach" sold 110,000 albums in the first week, and remained on the Billboard Top LP charts for 36 consecutive weeks, and it is considered a psychedelic classic. The spectacular "Ballad of the Hip Death Goddess" has been covered 7 times and is featured in several new films, including the 2006 Canadian indie "Monkey Warfare". Ultimate Spinach were really unique and ahead of their time!

Prólogo: Bosstown Sound 
 Hubo un instante —apenas un parpadeo entre 1967 y 1969— en que Boston creyó que podía reescribir el mapa de la psicodelia. No desde la arena dorada de California, sino desde sus calles frías, sus sótanos húmedos y sus clubes donde el humo formaba galaxias privadas. A ese espejismo eléctrico lo llamaron Bosstown Sound: un sueño vendido como revolución, un movimiento anunciado como profecía, una escena concebida entre cables, LSD y estrategias de marketing demasiado brillantes para ser honestas. Nació de la ambición de convertir Boston en un nuevo templo lisérgico… y murió bajo el peso de sus propias expectativas. Sin embargo, entre sus ruinas quedaron discos que todavía vibran, bandas que hoy suenan más auténticas que su etiqueta, y una historia que, pese a su brevedad, sigue brillando como un neón encendido en un callejón oscuro. El Bosstown Sound fue un espejismo, sí. Pero también fue una chispa. Y a veces, una chispa basta para iluminar toda una época.

Una Puerta Entreabierta al Sueño Verde

En aquellas noches húmedas de Boston —cuando el asfalto sudaba neón y los callejones parecían respirar por sí mismos— había un rumor que no venía del viento, sino de algún sótano iluminado por focos rojos y velas consumidas. No era música todavía: era un temblor, un zumbido eléctrico, una promesa de descontrol. Quien caminaba por allí podía sentirlo bajo la piel, como si una puerta invisible estuviera a punto de abrirse hacia un mundo más blando, más extraño, más cargado de colores que aún no existían.

Dicen que en esa ciudad fría —demasiado seria para soñar y demasiado joven para rendirse— un grupo de almas decidió desafiar la lógica del calendario. Mientras otros buscaban el futuro en máquinas o discursos, ellos lo buscaban en vibraciones que parecían llegar de otras dimensiones: teclas que lloraban, guitarras que se arqueaban como serpientes, voces que sabían a incienso y a duda. Así, entre humo dulce y acordes que flotaban en la penumbra, nació Ultimate Spinach: no tanto una banda como un portal. Un alucinógeno colectivo. Una flor imposible creciendo en un callejón húmedo.

Su universo sonoro no te invitaba a entrar: te absorbía. No pedía permiso; te envolvía como una neblina magnética y te arrastraba hacia habitaciones llenas de espejos distorsionados, cintas magnéticas que parecían respirar y pulsos rítmicos que latían como un corazón fuera de compás.

Ultimate Spinach era eso: una puerta entreabierta hacia un paisaje de sueños violentos y ternuras febriles, un territorio donde cada nota tenía filo y cada silencio escondía una sombra nueva.

Contexto Histórico:

LADO A: El nacimiento del sonido y el bautizo lisérgico

Cuentan que, antes de que Boston soñara con convertirse en una Meca psicodélica, ya existía un pequeño hervidero escondido bajo sus calles: un club llamado Unicorn, medio templo y medio refugio, donde la noche entraba sin preguntar y los acordes se quedaban pegados a las paredes como sombras húmedas. Allí, noche tras noche, una banda llamada Underground Cinema era la guardiana del ritual. Ian Bruce-Douglas se movía entre instrumentos como un alquimista en trance; Barbara Hudson cantaba con ese filo dulce capaz de cortar el aire; la batería de Keith Lahteinen marcaba pulsos que parecían subir desde el subsuelo; Geoff Winthrop tejía guitarras rítmicas como telarañas; y Richard Nese sostenía el andamiaje con un bajo que sabía caminar en la oscuridad.

En aquel sótano, la música no solo se tocaba: se gestaba. Dejaban caer demos que, sin saberlo, acabarían flotando años después en recopilaciones como New England Teen Scene: Unreleased! 1965–1968. Pero entonces lo único que importaba era el temblor: esa sensación de estar presenciando algo que aún no tenía forma, pero ya tenía espíritu.

El punto de quiebre llegó cuando apareció Alan Lorber, un empresario con olfato afilado y la ambición de convertir Boston en un faro de modernidad sonora. Firmaron con él, y con esa firma llegó también el renacimiento: Underground Cinema mudó de piel. Lo que antes era una banda nocturna de club, ahora necesitaba un nombre capaz de resonar más allá del Unicorn.

Fue entonces cuando Ian Bruce-Douglas, en la soledad de su cuarto y bajo la influencia de un LSD que doblaba la realidad como un papel mojado, se vio en el espejo convertido en otro. Su rostro se deformaba y reía mientras él pintaba sobre su piel espirales verdes y delirios de tinta fluorescente. Al terminar, se miró fijamente, como quien descubre su verdadero nombre por primera vez. —Soy Ultimate Spinach… Ultimate Spinach soy yo.

Y así, desde un viaje de ácido hasta el contrato con un productor, la banda obtuvo el nombre que la definiría para siempre. Algunos dirían después que encajaba con la moda de nombres psicodélicos coloridos —flores, colores, verduras cósmicas, criaturas imposibles—, pero lo cierto es que nadie más habría podido portar ese alias con tanta convicción como Bruce-Douglas después de aquella epifanía psicotrópica. 

Fue en septiembre de 1967 cuando Lorber lanzó su profecía al mundo: Boston sería el nuevo núcleo psicodélico, “una ciudad objetivo para el desarrollo de nuevos artistas de una sola ubicación geográfica”. Lo repetiría meses después en Newsweek, presentando a sus luminarias —Ultimate Spinach, Beacon Street Union, Orpheus— como heraldos del llamado Bosstown Sound, un movimiento destinado a rivalizar con la bruma dorada de San Francisco.

El hype fue intenso, como un relámpago: breve, brillante, lleno de promesas. Pero también frágil. Con el tiempo, muchos criticaron que las bandas de Bosstown eran demasiado parecidas entre sí, demasiado calculadas, demasiado “San Francisco del este”. El sueño se agrietó… pero no antes de dejar una huella profunda, una cápsula de época, un eco que todavía vibra en los sótanos de quienes seguimos buscando esas joyas ocultas.

LADO B: Entre fuzz y neblina: el debut que marcó una era

Douglas se alzaba como el líder autoproclamado de la banda, una especie de capitán psicodélico guiando su propio barco en plena marejada cultural. Él solo se encargaba de casi todo: guitarra, teclados, armónica y, por si fuera poco, la voz principal en la mayoría de las canciones. Además de ese despliegue instrumental, cargaba con el peso creativo: era el compositor principal y responsable de las notas de portada de sus primeros dos álbumes. Un músico decidido a dejar huellas hasta en los márgenes.

Mientras la banda —y toda una generación de soñadores eléctricos— emergía en la escena, llegó el momento decisivo: el lanzamiento de su álbum debut, Ultimate Spinach, el 6 de enero de 1968. Como las otras bandas del movimiento, su ópera prima llegó bajo el sello MGM Records. Era un álbum conceptual empapado del espíritu antibélico de la época, un grito envuelto en neblina psicodélica. Y funcionó: alcanzó el número 34 en el Billboard 200, convirtiéndose en el trabajo más exitoso de su carrera.

El disco era un laboratorio sónico: guitarras envueltas en fuzz, ecos que parecían respirar, trémolos que temblaban como luces de neón mojadas, retroalimentación indomable, juegos de volumen y el inconfundible aullido del pedal wah-wah. Cada detalle dialogaba con el sonido psicodélico de la Costa Oeste, aunque la banda insistía en imprimirle un carácter propio, más cerebral, más inquieto. Incluso en 2008 seguía vivo, colándose en el puesto 36 de los “42 Mejores Álbumes Psicodélicos” según Classic Rock: un fantasma luminoso del ’68 que se negaba a apagarse.

Con el empuje de la publicidad y el vértigo del momento, la banda salió de gira junto a gigantes como Big Brother and the Holding Company y The Youngbloods, pisando escenarios míticos como el Fillmore. Pero el viaje, como todo viaje psicodélico, tuvo fracturas: tras la grabación y la primera gira, Lahteinen dejó el grupo y su lugar fue ocupado por Russell Levine. A la vez, Priscilla DiDonato se unió a la formación, lo que permitió recrear con mayor fidelidad las armonías vocales sobregrabadas del debut. Una pieza más en el mosaico cambiante de Ultimate Spinach, una banda que parecía reinventarse mientras avanzaba, como si cada mutación fuera parte del hechizo.

Impresiones personales: Postales desde el lado verde del sueño

Detonante álbum de psicodelia americana que cala fuerte en la piel y que se revela como una pequeña joya de su época. Cada canción brilla intensa y alcanza una puesta de genialidad lisérgica. Si bien no cae en la pesadez de lo heavy como otras bandas de su entorno —citando, por ejemplo, a Iron Butterfly— esta propuesta es sumamente atractiva, pues entrega una performance mágica donde asoman armonías sublimes salpicadas de puro tecnicolor ácido. Sacrifice of the Moon o la mística Your Head Is Reeling son claros ejemplos de esa aura que la banda manejaba con naturalidad.

El álbum, dentro de lo que ofrece, es un viaje muy equilibrado entre la armonía pop y los desvíos más lisérgicos. Ultimate Spinach es, al final, una obra cargada de la vibra entrañable de una era donde las sensaciones se perdían entre el aroma de las flores y las “especias más exóticas”. Es un reflejo de revolución y, por lo tanto, sumergirse aquí es toda una experiencia. Con sus arreglos de fantasía, sus artilugios sónicos y la visión conceptual que sostiene el álbum, la experiencia se eleva aún más. Puede que no sea la cúspide de la psicodelia, pero tiene incontables atributos: su forma particular de crear música, su insurgencia y la visión que plasmaron aquí conforman pura esencia psicodélica. No explora abismos como Pink Floyd, ni alcanza la densidad eléctrica de Open Mind, ni se mece en la fantasía rosada de Kaleidoscope, pero aun así es un referente imprescindible para apreciar el sonido revolucionario de Boston, surgido como una respuesta desafiante a la escena de San Francisco.

El viaje ofrece momentos más intensos y otros más luminosos, pero siempre interesantes. Al final, “la sesión” se impregna de ácidos, colores y ecos que permanecen un buen rato en la habitación después del último acorde. Una experiencia rica en matices, en texturas y en ese algo indefinible que convierte un álbum en un pequeño santuario psicodélico. Hasta más vernos.

Mini-datos:

  • Un álbum conceptual contra la guerra, en plena turbulencia de los 60s: El disco debut de Ultimate Spinach no era sólo psicodelia decorativa: era un álbum conceptual cargado de críticas indirectas al conflicto bélico — el contexto de la guerra de Vietnam influyó fuertemente en sus letras. Esa combinación de psicodelia lisérgica + conciencia social le dio una intensidad especial.

  • Éxito fugaz y rechazo del “movimiento”: la ambivalencia del Bosstown Sound: El disco debut llegó al puesto #34 en el Billboard 200, lo que marcó un éxito comercial considerable. Pero al mismo tiempo, la campaña que promovía la escena del llamado Bosstown Sound generó rechazo: muchos críticos y fans consideraron que era un intento de marketing artificial para emular el sonido psicodélico de la Costa Oeste — lo que terminó afectando la reputación de la banda, más allá de la calidad real del álbum.

  • El debut salió en simultáneo con otras bandas del “movimiento”: Su álbum debut, Ultimate Spinach, fue lanzado el 6 de enero de 1968 por MGM Records, al mismo tiempo que los debuts de otras dos bandas de Boston —Beacon Street Union y Orpheus— como parte de la estrategia promocional del Bosstown Sound. Ese lanzamiento “colectivo” buscaba vender la idea de una escena psicodélica emergente en la Costa Este — una jugada audaz, más comercial que orgánica. Resultado: ayudó a que el disco de Ultimate Spinach liderara ese paquete de lanzamientos, dándole un impulso inicial importante.

  • Ian Bruce-Douglas: cerebro, multiinstrumentista, visionario y... sobrecargado: En ese primer álbum, Bruce-Douglas no solo compuso todas las canciones, sino que interpretó una variedad casi clínica de instrumentos — desde orgános, sitar, teclados, hasta instrumentos exóticos — lo que convirtió el disco en un caleidoscopio sónico cargado de experimentación. Esa ambición le dio al álbum su identidad lisérgica, fusionando psicodelia, toques clásicos, folk y texturas de cultura global — justo lo que lo aleja del rock “convencional”.

  • Un legado que resurgió décadas después: del olvido al culto: Aunque la banda se disolvió pronto, y la escena del Bosstown fue desacreditada en su momento, con los años sus obras volvieron a circular. En los 90s se reeditaron sus discos y su material apareció en compilaciones dedicadas a la psicodelia de la Costa Este. Por ejemplo, en 2001 se publicó The Very Best of Ultimate Spinach — una prueba de que, con el tiempo, el valor artístico del grupo logró imponerse sobre su controversial origen comercial. Además, su debut sigue siendo reconocido: en 2008 fue listado en la revista Classic Rock Magazine como uno de los “42 Greatest Psychedelic Albums”.

01.Ego Trip
02.Sacrifice of the Moon [In Four Parts]
03.Plastic Raincoating/Hung Up Minds
04.(Ballad of) The Hip Death Goddess
05.Your Head Is Reeling
06.Dove In Hawk's Clothing
07.Baroque #1
08.Funny Freak Parade
09.Pamela

CODIGO: C-38



Nota especial: Entrevista con Ian Bruce-Douglas
Palabras desde la fuente. https://tinyurl.com/Ian-Bruce-Douglas

Anexo:

Eric Burdon & The Animals - The Twain Shall Meet 

En medio del caleidoscopio sonoro de los sesenta, The Twain Shall Meet respira como una plegaria abierta al cielo, mientras el debut de Ultimate Spinach florece desde otra esquina del jardín: un Boston cubierto de neblina lisérgica, pétalos extraños y sueños que se estiran como luz al amanecer. Caminan por senderos distintos, sí, pero ambos discos comparten el mismo impulso de expansión espiritual, ese deseo de que la música sea un abrazo cósmico. En esta ruta inesperada, las flores cambian de forma… pero la fragancia es la misma

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