CLÁSICOS DE ORO: Can - Tago Mago
Repetitive repetitve, repetitive glorious Krautrock from 1971, the best year for music ever. Warning is necessary : DO NOT LISTEN WITH HEADPHONES !
Oh what the hell, get stoned put the headphones on and go catatonic.
John Lydon worshipped Can but famously hated Pink Floyd, and it’s not hard to hear why. While Floyd offered meticulously constructed, beard-stroking prog, this is an altogether looser affair; it sounds absolutely nothing like Lydon’s PiL but at least feels like it’s from the same universe. At times during the seven virtually uncategorisable, creatively unhinged tracks, you feel as if you’re listening to someone trying to reconstruct a dream they had of what music is like, and not quite managing it. If both Can and Kraftwerk are supposed to be ‘krautrock’, then on this evidence the label is meaningless.
This is the stuff. It is the ultimate Freak-out album. It just keeps getting weirder and weirder. At one point they even switch to something that sounds like techno. Techno didn’t exist even back then. Brilliant. Jaki Liebezeit drumming is probably the best thing I have heard from a drummer. “Halleluhwah” has to be the finest drum solo ever played. Huge parts of this record are just drums and other things. It works perfectly.
More than forty years later, “Tago Mago” still sounds alien.
Tago Mago y El Latido Inhumano de Can
En noviembre de 1971, desde una vieja villa en Colonia convertida en laboratorio sonoro, Can liberó al mundo una criatura que, medio siglo después, sigue rugiendo en la penumbra de la música de vanguardia. Tago Mago no fue simplemente un disco: Tago Mago no fue simplemente un disco: fue un manifiesto sónico, un laboratorio lisérgico y un antes y un después en la historia del krautrock. Su impacto ha resonado en géneros tan dispares como el punk, el post punk, la electrónica industrial y el ambient. Pero en su momento, fue un artefacto difícil de clasificar, incomprendido por quienes no podían descifrar su arquitectura anómala y febril. Dividido en dos mitades claramente diferenciadas, Tago Mago ofrece una experiencia doble: por un lado, una entrada más accesible que permite entender la lógica interna de la banda; por el otro, un descenso profundo hacia los abismos de la improvisación libre, el caos controlado y la pura invención Temas como “Halleluhwah” se convierten en espirales sonoras donde cada compás parece guiado por una energía tribal: una libertad creativa que roza lo hipnótico. Hoy en día, el álbum es reconocido como una de las obras más influyentes de la historia moderna del rock europeo. Pero lo que hace único a Tago Mago no es solo su audacia o su herencia. Es su capacidad de doblegar al oyente: de exigir atención, de agotar los sentidos, de imponer un trance. Es un disco que no se escucha, se atraviesa. Un ritual sonoro que aún hoy sigue redefiniendo los límites de lo posible.
Impresiones Personales: Bajo el influjo de la bestia
Mi primera experiencia con Tago Mago fue, en una palabra, extenuante. No porque no me gustara, todo lo contrario: me cautivó al punto de dejarme descolocado. Pero aquel primer encuentro fue demasiado intenso. Llegando al quinto tema, “Aumgn”, sentí cómo la realidad se me deslizaba por entre los dedos. Algo en esa canción me descolocaba, me empujaba hacia una especie de desasosiego sonoro. Apagué el equipo. No era el momento.
Mi segundo intento fue... más arriesgado. Decidí entrar curtido bajo efectos psicotrópicos. Craso error. La densidad del álbum me arrojó a un mal viaje épico. La atmósfera se volvió opresiva, los sonidos reptaban por las paredes. Terminé cerrando todo y maldiciendo en voz alta. Tago Mago me había ganado por nocaut.
Fue en el tercer intento, más sobrio y lúcido, que logré retomar el control. Escuché solo las cuatro primeras canciones y el final. Nada más. Eso me bastó para sentir que, al fin, había vencido un trauma. Pero la victoria real vino después. Años más tarde, ya con más cancha en estas lides musicales, volví a poner el álbum… y me enfoqué únicamente en los temas que antes había evitado. Esta vez, la percepción cambió por completo.
Comprendí que cada miembro de Can estaba poseído por su propio trance individual. Cada quien colgado en lo suyo, pero convergiendo en un efecto colectivo incomparable. El nivel de detalle que esconden las secciones más experimentales es abrumador: cada nueva escucha revela matices que antes habían pasado desapercibidos. Y ahí, precisamente, reside su grandeza. Hoy sé que Tago Mago no es un álbum para todos. Es una criatura que pide distancia entre encuentros, como un rito que no debe repetirse con frecuencia. Cada nueva sesión exige una entrega total, como la primera vez. Por eso lo dejo reposar siempre. Lo respeto.
No me queda más que
decir lo que ya es un mantra personal:
CAN = Comunismo,
Anarquismo y Nihilismo.
Un caos
perfectamente organizado. Un latido eléctrico que sigue retumbando en los oídos
de quienes se atreven a escucharlo entero.
Mini-datos:
- Grabado en un castillo embrujado (casi literalmente): Tago Mago fue grabado en Schloss Nörvenich, una antigua villa del siglo XIV cerca de Colonia, que Can convirtió en su estudio improvisado. El lugar era frío, cavernoso y poco convencional, lo que contribuyó a la atmósfera misteriosa del disco. Los miembros de la banda hablaban de extraños ecos, ruidos no explicados y una sensación general de “presencia”. Ideal para invocar un álbum como este.
- La invención del hipnobeat eterno: La pieza “Halleluhwah” es célebre por su groove interminable: un ritmo repetitivo y tribal que se extiende por más de 18 minutos. El baterista Jaki Liebezeit, ex-jazzista radical, inventó aquí su técnica de “motorik mutante”, que influenciaría a generaciones de bateristas del post punk, la electrónica y el indie rock. Según leyenda, lo grabó casi sin cortes, como en trance.
- “Aumgn”, el exorcismo sonoro: El título del inquietante track 5 es una mutación de “Om” o “Aum”, el mantra hindú. Irónicamente, la canción evoca lo opuesto a la paz: un paisaje mental sombrío, con spoken word, efectos espectrales y capas de ruido que algunos oyentes consideran directamente perturbadoras. El propio Holger Czukay reconoció que esa pieza fue un experimento para “romper el equilibrio del álbum”.
- Can no tenía letras, tenía fonemas: Damo Suzuki, el cantante japonés que debuta como miembro oficial en este disco, no hablaba alemán ni inglés con fluidez. Sus letras son en su mayoría sonidos fonéticos improvisados con intención emocional, una especie de “idioma canalizado”. Esta decisión hizo que la voz se convierta en otro instrumento más, sin sentido lógico pero cargado de significado visceral.
- La banda se formó en Colonia, en 1968, y estaba compuesta por Czukay, Schmidt, Karoli, Liebezeit y el flautista David Johnson. Poco tiempo después, aún en 1968, se unió a la banda el cantante estadounidense Malcolm Mooney. La formación, todavía sin nombre fijo, estableció su estudio Inner Space, en Schloss Nörvenich, un castillo cerca de Colonia. A finales de 1968 David Johnson abandonaba la banda, no sin antes participar en las grabaciones que muchos años después se publicarían como el álbum Delay 1968.
- En la misma época, Mooney y Liebezeit propusieron que la banda adoptara el nombre The Can («la lata»).1 Sin embargo, en torno a la fecha de publicación del primer álbum, el teclista Schmidt declaró a la prensa que las letras del nombre constituían un retroacrónimo que significaba «Communism, Anarchism and Nihilism» («comunismo, anarquismo y nihilismo»).
- La banda se disolvió en 1979, después de editarse Can, pero la alineación original con Mooney se volvió a juntar en 1989, cuando grabaron Rite Time.
Siempre presente caballero, enriqueciendo con bandas de culto, con el oscuro rock en las venas, gracias
ResponderBorrarSaludos. Gracias por las palabras Nestor, es un gusto leerte por aqui. Un fuerte abrazo y si seguimos con "la misión"...Buenas vibras.
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