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ESPECIALES: Ramases - Complete Discography

El Profeta Psicodélico y los Evangelios de un Sol Invisible

Desde Sheffield, en el corazón brumoso de Inglaterra, Kimberley Barrington Frost afirmó haber sido tocado por el espíritu de un faraón antiguo, adoptando el nombre de Selket y vistiendo ropajes que parecían susurrar secretos del Nilo en medio de la psicodelia británica. Antes de que el viento del olvido pudiera llevárselo, grabó dos sencillos raros como joyas enterradas, y más tarde, resurgió al frente de una nave musical aún más audaz: una banda cobijada por el mítico sello Vertigo y envuelta en las alas ilustradas por Roger Dean.

Entre los tripulantes de esta odisea sonora estaban los futuros arquitectos de 10CC, y juntos sembraron en Space Hymns armonías luminosas, melodías cósmicas y estribillos que se adhieren como polvo de estrellas. Ramases, nombre de faraones y profetas perdidos, dejó dos discos de culto que vibran entre el pop-rock excéntrico y la sensibilidad progresiva, trazando caminos que aún hoy resplandecen para quienes se atreven a mirar hacia lo inesperado. Porque a veces, para encontrar la música más viva, hay que seguir las voces de aquellos que se atrevieron a escuchar a las esfinges.

PARTE I – El profeta de otro mundo: Ramases y el nacimiento de los Himnos Espaciales (1971)

“Mi nombre es Ramases. He regresado del antiguo Egipto para entregar un mensaje a la humanidad.”

Así hablaba Kimberley Barrington Frost, un exmilitar, instalador de calefacciones y cantante ocasional, que tras una experiencia mística aseguró ser la reencarnación del faraón Ramases. No era broma. No era teatro. Para él, era real. Y de esa creencia surgiría uno de los discos más extraños y adorables del rock británico: Space Hymns (1971).

DE INGLATERRA A LAS ESTRELLAS (PASANDO POR STOCKPORT)

La historia comienza en la grisácea ciudad de Stockport, donde Barrington vivía junto a su esposa y musa Sel (Dorothy Frost). Fue ella quien lo alentó a canalizar sus visiones en canciones. Juntos comenzaron a grabar demos caseros con una atmósfera cósmica: mezcla de folk, psicodelia, misticismo hindú y un amor genuino por los misterios del universo.

Pero aquí viene el primer giro curioso…

LOS FUTUROS 10CC COMO BANDA DE APOYO

Para grabar Space Hymns, Ramases firmó con Vertigo, el mítico sello de la espiral hipnótica. Pero no grabó solo. La banda de apoyo en el estudio era nada menos que los futuros miembros de 10cc: Lol Creme, Kevin Godley, Eric Stewart y Graham Gouldman. En ese momento eran músicos de sesión del Strawberry Studios, sin saber que años después formarían una de las bandas más influyentes del art-pop británico. Los temas fueron grabados entre velas, incienso y teorías sobre civilizaciones perdidas. Ramases hablaba entre tomas de naves espaciales, deidades solares y genética galáctica. Nadie sabía si reír o dejarse llevar. Al final, todos hicieron lo segundo.

UN DISCO COMO NINGUNO

Space Hymns es un viaje por la conciencia cósmica, con letras sobre la energía universal (“Life Child”), advertencias ecológicas (“Earth People”) y piezas que parecen haber sido dictadas por algún oráculo interestelar (“Balloon”). La portada, por cierto, es otra joya: un templo cristiano despegando como cohete, obra del gran Roger Dean, quien luego sería conocido por sus portadas para Yes y Uriah Heep. La iglesia retratada existe realmente, y está en Stockport. Se armó tal escándalo que los parroquianos pidieron que el templo no fuera mostrado como una “nave de paganos”. La polémica ayudó al disco… aunque no lo suficiente para convertirlo en éxito. Ramases no salió de gira. No hizo entrevistas. No sabía (ni quería saber) cómo moverse en el negocio musical. Solo regresó a su cabaña con Sel, satisfecho de haber entregado su mensaje al mundo.

Y cuando el planeta aún no terminaba de digerir los himnos espaciales, vendría otra obra... más sombría, más melancólica, y mucho más olvidada: Glass Top Coffin.

PARTE II – El ataúd de cristal: la caída del profeta y su canto final (1975)

“No vengo del pasado. Vengo del futuro de otro mundo.”

Cuatro años después de los Space Hymns, mientras el rock progresivo brillaba en catedrales sónicas y los sintetizadores tomaban el mando, Ramases regresó… pero no como un faraón entronado, sino como un espíritu errante. Así nació Glass Top Coffin (1975), su segundo y último disco: una obra de cámara cósmica, una sinfonía fúnebre hecha con luz, vidrio y soledad.

EL AURA TRÁGICA DE UN VISIONARIO

Barrington Frost había cambiado. Las visiones seguían, pero ahora eran más frías, más distantes. Su ánimo oscilaba como un péndulo astral entre la euforia mesiánica y el abatimiento más profundo. Sel, su eterna compañera, cuenta que durante la grabación del disco él hablaba cada vez menos… pero escribía más. Llenaba libretas con símbolos, mapas estelares, palabras inventadas. Ya no trabajaron con los chicos de 10cc. Esta vez, Vertigo le dio acceso a la orquesta sinfónica de la BBC, coros femeninos y músicos de sesión que lo miraban como si fuese un alquimista salido de una novela de Arthur C. Clarke. Ramases no dirigía los ensayos: canalizaba. Les pedía que tocaran como si “una flor se abriera en gravedad cero” o que cantaran como “el lamento de una ballena interdimensional”. Y así salió Glass Top Coffin.

UN DISCO FUERA DE TIEMPO (Y DEL ESPACIO)

Musicalmente, es más pulcro, más sinfónico, más ambicioso. Tiene piezas que suenan como odas fúnebres del espacio profundo (“Golden Ladder”), himnos de despedida para civilizaciones perdidas (“Only the Loneliest Feeling”), y pasajes orquestales que parecen compuestos por un alien romántico. La portada original —un ataúd de vidrio en un planeta desértico, con un rayo de luz atravesando el cristal— fue diseñada como metáfora literal del álbum. “Soy un ser enterrado en belleza, transparente, esperando que alguien me vea”, dijo Ramases a un periodista… que nunca publicó la entrevista porque pensó que se trataba de un artista conceptual jugando al místico. El disco pasó totalmente desapercibido. Vertigo no supo cómo venderlo. No había conciertos, ni entrevistas, ni promoción. Era 1975, y el mundo estaba bailando con Bowie y Queen. No había lugar para un profeta mudo con orquesta de otro mundo.

EL OCASO DEL DIOS DE CRISTAL

Desencantado, Ramases se retiró de la música. Sel cuenta que destruyó cintas inéditas y esquemas de un tercer disco. Dijo que “el mensaje fue enviado, pero la frecuencia era errada”. La pareja se mudó a un pequeño bungalow, y Barrington volvió a trabajar en instalaciones de calefacción. Murió trágicamente en 1976. Se habló de suicidio, aunque Sel siempre dijo que él simplemente “volvió a su planeta”.

Durante décadas, sus discos se volvieron leyenda de coleccionistas. Casi imposibles de encontrar. Hasta que en 2014, gracias a un pequeño sello obsesionado con las rarezas británicas, se lanzó el Complete Discography de Ramases: los dos álbumes restaurados, con booklet, fotografías inéditas, notas manuscritas de Sel, y algunos demos mágicos grabados en su sala con una grabadora de cinta.

EPÍLOGO – EL PROFETA QUE SUSURRA DESDE LAS ESTRELLAS

Ramases no fue un rockstar. No fue un líder de culto. Fue algo más extraño y más bello: un hombre común poseído por una visión fuera del tiempo. Sus discos no se escuchan, se atraviesan. Son cápsulas selladas de otra era posible. Y cuando te atrapan —porque lo hacen— no hay vuelta atrás. Space Hymns es el nacimiento: luminoso, abierto, lleno de fe sideral. Glass Top Coffin es el adiós: íntimo, melancólico, como un testamento enterrado bajo lunas de cristal. En la historia del rock psicodélico y progresivo, pocos casos son tan desconcertantes y genuinos como el de Ramases. Y quizá esa es la clave: no vino a gustar. Vino a anunciar.

CODIGO: @




Anexo:

Los Jaivas - La Vorágine

La Vorágine, ese primer y casi mítico registro de Los Jaivas, no fue grabado en un estudio aséptico ni editado con manos de cirujano. Fue exorcizado. Fue vomitado por una juventud que sentía cómo América Latina hervía bajo sus pies. Fue el caos primigenio de un continente partido, cantado con tambores de guerra, pianos desbordados y gritos que parecían aullar desde los Andes hasta el fondo del alma. Grabado en sesiones libres y casi salvajes en la Universidad Técnica del Estado, La Vorágine es una improvisación monumental.





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