Yes - Time and a Word
The older I get, the more I appreciate psych-era Yes - part 2. Once again Chris Squire's bass takes the lead, whereas Banks goes a bit more psychedelic in the solos. And Bruford really shines here, more so than on the debut. The orchestration was probably a bit too much addition, and it's a shame they didn't employ the mellotron instead. One can imagine the instrument being interjected to great results. 'Them' and 'Astral Traveller' are brilliant, and represent two of my all-time favorite Yes songs. Other great tracks include 'Everydays', 'Sweet Dreams', and 'The Prophet'. Excellent album.
Time and a Word: Una Orquesta en la Tormenta
Antes de que Yes alcanzara las alturas cósmicas del rock progresivo, hubo un murmullo, un intento delicado de pintar sinfonías con brochas aún temblorosas. Time and a Word es esa palabra dicha al viento antes del gran salto. Un álbum de tránsito, de sueños orquestales y tensiones internas, donde la banda aún no era leyenda, pero ya caminaba entre las nubes. Aquí no escuchamos certezas, sino intenciones. Y eso lo vuelve aún más humano, más entrañable. Un eco de lo que estaba por venir… pero que ya tenía brillo propio.
Parte 1: El Motín Sinfónico
Cuando Yes entró al estudio para grabar su segundo disco, en pleno 1969, traían hambre de grandeza y una brújula apuntando hacia las estrellas. Su debut homónimo apenas había rascado la superficie del underground británico, pero Jon Anderson ya soñaba con paisajes más vastos, estructuras más complejas… y sí, con una orquesta. Lo que no imaginaba era que esa decisión fracturaría a la banda desde sus cimientos.
La visión de Jon Anderson: yes sinfónico o nada
Jon, el duende visionario, tenía una idea fija: quería que la música de Yes se expandiera más allá del formato de rock tradicional. Había estado escuchando a Mahavishnu Orchestra, a los Moody Blues y a ciertos pasajes clásicos. Para él, la forma de diferenciar a Yes del resto era metiendo una orquesta real: arreglos de cuerdas, bronces, una suerte de gran telón dramático que envolviera cada canción. Chris Squire, siempre con su bajo Rickenbacker apuntando como lanza eléctrica, apoyaba idea con cierto entusiasmo. Tony Kaye, en los teclados, veía posibilidades. Pero Peter Banks… ah, Peter Banks. El guitarrista fundador tenía otro sueño: mantener el filo crudo, psicodélico y jazz-rock que habían esbozado en el primer disco.
Una guitarra acorralada
Banks
se sentía desplazado. Desde el inicio de las sesiones, notó que la orquesta
ocuparía gran parte del espacio que él consideraba suyo. No era paranoia.
Varias de sus partes de guitarra fueron recortadas o eliminadas en la mezcla
final para dar paso a violines y cellos. El arreglo de No Opportunity
Necessary, No Experience Needed (una versión de Richie Havens) fue el primer
campo de batalla: el tema abría el disco con una intro calcada de la banda
sonora de The Big Country, y Banks consideraba que eso desdibujaba el carácter
de la banda. Cuenta la leyenda que durante una de las sesiones, Banks se plantó
frente a Jon Anderson y le dijo:
—“Si
querías hacer un disco sin guitarras, ¿por qué no me lo dijiste antes?”
Anderson,
con su habitual aire etéreo, simplemente respondió:
—“No
se trata de quitar, Peter… se trata de añadir”.
Pero claro, en el estudio, sumar la orquesta fue restar presencia a la guitarra.
Grabaciones a contracorriente
Las
sesiones se realizaron en Advision Studios, bajo la producción de Tony Colton,
un tipo más habituado al country rock y al blues que a las sinfonías cósmicas.
Colton fue un productor peculiar, a veces errático, pero ayudó a mantener el
barco a flote. El problema era que la banda no tenía experiencia real
escribiendo arreglos orquestales. Los encargados de traducir las ideas fueron
los arreglistas Tony Cox y David Katz, quienes se encargaron de convertir las
visiones de Anderson en partituras reales. Aquí viene la anécdota sabrosa:
durante la grabación de Clear Days, Anderson insistía en una atmósfera “como de
cuento de hadas”, y no paraba de usar palabras como “etéreo”, “transparente” y
“plateado”. Katz, frustrado, terminó preguntando:
—“¿Quieres
que los violines floten o que toquen en el piso?”
La tensión no era poca, pero el resultado fue un tema que suena como si Disney se hubiera fumado algo fuerte en el ’69.
El final de Banks
La gota que colmó el vaso vino cuando el manager Brian Lane le mostró a Banks las mezclas finales, donde su guitarra casi no se escuchaba. Fue ahí que Peter decidió irse, o más bien, fue “invitado” a irse. Lo despidieron antes de que el disco saliera al mercado. En su lugar entró un joven y brillante Steve Howe, cuya foto aparece misteriosamente en algunas ediciones del disco, aunque no toca ni una sola nota en él.
Parte 2: El Puente hacia el Infinito
Cuando Time and a Word salió a la luz en julio de 1970, fue como lanzar una botella al mar cargada de partituras, sueños sinfónicos… y una banda que ya no era la misma. Peter Banks estaba fuera, Steve Howe aún no debutaba oficialmente, y el disco parecía un álbum de transición… aunque, como toda mutación importante, escondía una crisálida.
Recepción crítica: entre la cuerda y la espada
La crítica británica recibió el álbum con una ceja levantada y el bolígrafo afilado. Algunos elogiaron la ambición y la audacia de incorporar una orquesta en un disco de rock progresivo tan temprano (recordemos que ni Genesis ni King Crimson habían llegado aún a estos niveles de sinfonismo), pero otros lo vieron como un capricho desbalanceado. El Melody Maker escribió algo así como: “Yes se desborda en elegancia, pero ahoga a su guitarrista en la bañera de las cuerdas”. Los fans del primer álbum se sintieron algo desconcertados. ¿Dónde estaban esos duelos entre bajo y guitarra? ¿Dónde el vértigo jazzístico de Beyond and Before? Pero otros oídos, más abiertos, comenzaron a notar que Time and a Word contenía una semilla melódica que florecería en discos futuros.
Un disco-puente: de la psicodelia al prog sinfónico
Aunque no lo parezca a primera escucha, este segundo álbum es clave en la evolución de Yes. Marcó el inicio de la era en que Jon Anderson se convierte en el verdadero timonel del grupo: su voz etérea y su apetito conceptual se imponen cada vez más. Es en Time and a Word donde empieza a vislumbrarse el camino hacia el Yes clásico de Fragile y Close to the Edge. Y no olvidemos al bajo de Chris Squire: si bien la orquesta lo empuja a veces al fondo del mix, ya aquí se escuchan esos fraseos angulosos, esa manera de tocar que es casi una guitarra líder camuflada en frecuencias graves. Escucha The Prophet y dime si no suena a la profecía de lo que vendrá.
La preparación para The Yes Album
Ahora bien, aquí está la carne del asunto. Time and a Word fue el final de una etapa… y el principio de otra más brillante. Al salir Peter Banks, el grupo quedó con una plaza vacía que sería ocupada por un muchacho flaco y elegante llamado Steve Howe. Con él, la banda no sólo recuperaría el filo guitarrístico perdido, sino que alcanzaría su forma definitiva. Y aunque Howe no toca en Time and a Word, el disco fue crucial para que él aceptara entrar. Le impresionó que una banda joven ya tuviera una visión tan ambiciosa. El grupo, por su parte, entendió que la orquesta era útil para expandir el sonido, pero también comprendió que con un guitarrista virtuoso y versátil como Howe, podían alcanzar dimensiones sin necesidad de violines ni cellos. Lo que vino después fue un estallido creativo. The Yes Album (1971) es, en muchos sentidos, una continuación espiritual de Time and a Word, pero con el motor completamente afinado. Canciones como Yours Is No Disgrace y Starship Trooper toman la grandilocuencia sinfónica del disco anterior y la transforman en energía pura de banda.
Cierre con vinil en mano
Hoy, Time and a Word es visto con otros ojos: como un álbum valiente, irregular pero fundamental, el tipo de experimento que sólo una banda hambrienta y joven se atrevería a hacer. Un acto de fe en medio de un mar de incertidumbre. Y aunque no siempre logra el equilibrio perfecto entre orquesta y rock, su intento noble le da un lugar propio en la historia. Así que si alguna vez te preguntan por ese disco “raro” de Yes, entre el debut y la grandeza, diles que ahí se esconde el alma de un grupo en pleno parto cósmico.
Impresiones Pesonales: Proto-Yes en Ciernes, Sinfonía en Germen
Time and a Word cumple con su misión: es un álbum interesante, prendido, con un aire sofisticado y una propuesta temprana que ya bebe de la fuente del rock sinfónico. Aunque aún no suena al Yes definitivo —ese que vendrá con Fragile o Close to the Edge— aquí ya se percibe el germen, la intención, la mirada elevada hacia lo grandioso. Este álbum es un proto-Yes encantador: su performance esmerada y la incorporación de arreglos orquestales lo envuelven en un papel platinado, casi mágico. Su visión compositiva es elegante, de fantasía sonora, con pasajes que apuntan a parajes refinados y envolventes.
¿Es una obra madura? No del todo. Aún está verde en conceptos y propuestas sonoras. La banda sigue en proceso de búsqueda, de maduración. Por eso, la sesión no alcanza un clímax tan alto como el de sus obras mayores, pero eso no impide que el viaje sea disfrutable y valioso. La banda aquí ya quiere mostrarnos lo que será... y está a un solo paso.
¿Obra esencial? No para todos. ¿Obra de culto? Si porque en Time and a Word hay una valentía que merece ser celebrada: la de soñar en grande cuando aún no se tiene del todo claro el mapa. Porque marca el punto donde Yes comenzó a esculpir su identidad, con herramientas sinfónicas poco comunes para una banda de rock de 1970. Porque es una anomalía hermosa: un álbum con orquesta pero sin pretensión desmedida, que captura la transición exacta entre lo terrenal del rock y lo celestial del prog. Y sobre todo, porque su historia está tejida de tensiones internas, cambios de formación, riesgos creativos y una fe absoluta en el potencial sonoro de la banda. Time and a Word no es simplemente un disco: es una bisagra, un puente, una promesa escrita en pentagramas que no todos supieron leer a tiempo.
Hoy lo escuchamos con oídos distintos. Ya no esperamos la perfección, sino el eco de un instante en que todo era posible y la imaginación no tenía límites. Y ahí está Time and a Word, envuelto en su luz tenue y su orquesta encantada, recordándonos que hasta los gigantes tuvieron un segundo disco que titubeó... y que precisamente en ese temblor, en ese intento audaz, hay belleza. No es el Yes que dominará los cielos, pero es el Yes que aprendía a volar. Y eso, en la memoria de los melómanos de culto, vale tanto como las estrellas.
Mini-datos:
- hombre que aparece pero no toca: Aunque Steve Howe no grabó ni una nota en el álbum, su rostro adorna la portada de la edición estadounidense. ¿La razón? Para cuando el disco cruzó el Atlántico, Peter Banks ya era historia, y Atlantic Records decidió mostrar la "nueva cara" de Yes. Una jugada de marketing tan surreal como el propio sonido del disco.
- La orquesta… sin la banda: La mayor parte de los arreglos orquestales fueron grabados sin la presencia de Yes. Jon Anderson, junto al arreglista Tony Cox y el director David Katz, se encargaron por su cuenta. Cuando el resto escuchó el resultado final… ya era demasiado tarde para objetar. Peter Banks, en especial, sintió que lo estaban empujando fuera del barco sin chaleco salvavidas.
- Western progresivo: El tema que abre el álbum, No Opportunity Necessary, No Experience Needed, arranca con una cita directa al tema principal de la película The Big Country (1958), compuesta por Jerome Moross. Un movimiento tan inesperado como brillante: el Lejano Oeste cabalgando sobre un Mellotron.
- Un título entre el humo y la introspección: El nombre Time and a Word habría nacido de una conversación cargada de humo y existencialismo. Jon Anderson hablaba sobre el paso del tiempo y el poder de las palabras como herramientas para conectar con lo intangible. Filosofía psicodélica en estado puro.
- Despedido entre paredes de hotel: La salida de Peter Banks no fue épica, sino incómodamente real: lo despidieron en una habitación de hotel. Él recordaría el momento como una traición, declarando años después: “La orquesta fue el principio del fin… cuando los violines entraron por la puerta, yo salí por la ventana”.
01.No
Opprtunity Neccessairy,No Experience Needed
02.Then
03.Everydays
04.Sweet
Dreams
05.The
Prophet
06.Clear
Days
07.Astral
Traveller
08.Time
and a Word
CODIGO:
@
Prefiero mil veces este álbum al siguiente y pretencioso The Yes Album. Time and a Word siempre me ofrece algo nuevo en cada escucha, o al menos no deja de sonar fresco a mis oídos.
ResponderBorrar¡Qué gusto leer tu comentario! Hay algo muy especial en Time and a Word, ¿verdad? A veces, mientras todos miran hacia adelante buscando la gran obra maestra, uno se da la vuelta y descubre que el verdadero conjuro estaba antes, en la penumbra de los primeros pasos. Time and a Word no necesita levantar la voz para mantenerse fresco.
BorrarGracias por sumar tu voz al viaje. La sesión se enriquece con gente que escucha con el corazón abierto.
Siempre es un enorme placer leer tus reviews. Saludos.
BorrarGracias de corazón por volver a la madriguera, siempre es un gusto compartir estas travesías sonoras con los amigos. ¡Un abrazo del Hombre Polilla!
Borrar"Time and a Word" é uma certeza do que o Yes faria ao longo da sua discografia e seu apogeu comercial.
ResponderBorrarEles romperam com o underground com a sua audácia sonora e fez nascer para o mundo progressivo sinfônico.
Banks definitivamente não teve a capacidade de entender a grandeza do momento e sucumbiu.
Mas diante de tanta sofisticação e sonoridades mirabolantes não seria diferentes os sons trovejantes da discórdia. Coisas do rock.
Obrigado pelo excelente texto!
Gracias de corazón por tan bello comentario. Es un placer enorme conectar con lectores como vos que sienten la música en carne viva. Seguimos en la ruta del sonido, entre acordes, visiones y truenos. Un abrazo grande.
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