TRANSLATE

Red Dirt - Same


This major label top rarity with the iconic sleeve of Geronimo is quite a varied album from the exellent dreamy psych opener "Memories" with strings to dirty mean blues rock with gruff vocals, stripped down blues songs with good slide guitar to some kind of acoustic folk song "Death of a Dream". Nice limited (500) reissue taken from the original master tapes.

Lo-fi, tinny blues rock with a folk slant. Sounds like it was recorded in a rented village hall with the cheapest microphones available.

I expect these guys probably went on to become vinyl salesmen, telling themselves they were part of the 60s/70s psych scene once upon a time.

Buen disco en su mezcla entre el blues y la psicodelia dura de la escena freak británica, aunque un poco difícil de digerir al principio, la voz y algunas canciones medio country son las que vuelven al disco algo irregular.
Alberto Carrelero

"Creo que es realmente genial que valga tanto (el álbum), pero es difícil de entender de que algo tan valioso nunca fue aprovechado al máximo, nunca saque dinero de ello. Firme mi vida por cinco años por nada. Perdí mi trabajo tan solo para ganar dinero para esa banda. Descubrir que la gente está haciendo dinero con algo de lo que no obtuve nada hace cuarenta años es como una molestia. Tengo una copia original, es una etiqueta blanca y no la obtuve en ese momento porque estaba en quiebra, ¡no podía pagarla!. Es tan tentador  pero no lo vendería, ya que es el único recuerdo que me queda de la banda"
Steve Howden

Red Dirt: Los Hijos del Lodo No Tienen Padre

LONDRES, 1970 – Hay discos que estallan en las listas y se convierten en leyendas de estadio. Y hay otros, como Red Dirt, que se arrastran por los pasillos del anonimato, esquivando la fama, acumulando polvo... hasta que un día resurgen como santos griales del rock subterráneo. Nadie esperaba gran cosa de ese álbum. La producción fue un caos de calendario y cansancio. El estudio Morgan, legendario por derecho propio, les cedió una ventana de grabación que rozaba lo ridículo: de la medianoche hasta las 6 de la mañana. Doce horas a contrarreloj, sin descanso ni red de seguridad. Grabaron todo de un tirón. Sin pausas. Sin segundas tomas. Sin margen para pensar. ¿El resultado? Un disco crudo, sucio, rugoso. Y, sin embargo, con un fuego que secuela por las costuras. Un disco que no brilla por su performance, pero sí por lo que representa: una patada desesperada en la puerta del olvido.

El sello Fontana Records apenas le prestó atención. Cien copias lanzadas al viento —sí, 100 copias— y una distribución limitada solo a Inglaterra. Nada de gira promocional, nada de entrevistas, ni siquiera un miserable anuncio en los periódicos locales. Era como si quisieran que el álbum muriera antes de haber nacido. Y sin embargo, Red Dirt ya tenía una reputación ganada en los bares, en las noches eléctricas de Yorkshire, donde sus conciertos se volvían rituales de sudor y distorsión. Eran una banda de culto antes de tener un disco. Pero la industria, con su olfato obtuso, no supo ver lo que tenía entre manos. Con los años, el disco se convirtió en mito. Quien tiene una copia original, tiene una reliquia. Una piedra sagrada que se intercambia como contrabando en las ferias de coleccionistas. En internet, circulan grabaciones de baja fidelidad. Y aún así, quienes las escuchan juran que ahí dentro late algo especial. Red Dirt no es perfecto. No lo pretende. Es un álbum grabado con las uñas, en el filo del tiempo, por una banda que jamás tuvo la oportunidad que merecía. Pero justo por eso, por ese sabor a derrota digna, ha conseguido entrar en el Olimpo de los discos de culto.

Hay álbumes que sobreviven, luchan, y logran hacerse un nombre en la historia. Este no tuvo los reflectores, ni la prensa, ni el presupuesto. Pero tuvo verdad. Y en este negocio, la verdad no se compra: se graba a las tres de la mañana, entre bostezos, guitarras desafinadas y micrófonos prestados. Red Dirt es el tipo de disco que no se busca: te encuentra. Te atrapa cuando bajas la guardia. Cuando ya no esperas nada. Y te recuerda por qué seguimos escribiendo sobre música, aunque nadie nos lo pida.

Impresiones Personales: Crónica de una escucha entre tierra roja y espejismos

Red Dirt empieza a girar como giran ciertos recuerdos: sin aviso, sin permiso, sin brújula. Es un álbum que me deja una impresión difícil de definir, algo así como un sabor que no se termina de nombrar. No es malo, pero tampoco fulgura. Es más bien un animal extraño que uno no sabe si abrazar o dejar correr en su propio delirio.

El disco es versátil, cambiante, errático. Tiene una actitud que convence, un garbo sucio y algo fanfarrón que por momentos roza lo psicodélico, lo ácido, lo corrosivo. Me atrapa su textura, ese sonido como si hubiese sido grabado bajo tierra, en un sótano con olor a cables chamuscados y licor barato. Y ahí, en medio de ese torbellino, se cuela el country y el folk —y confieso que ahí es donde la cosa empieza a tambalear. Se vuelve más irregular, como si de pronto la banda dudara de su propia lengua, de su propia rabia. Se diluye. Pero incluso en esa dilución, algo queda. Hay pólvora en estas canciones. Un fuego que arde bajo la superficie. Un sonido denso, casi fangoso, que me recuerda a The Doors tocando en una tormenta de barro o a Captain Beefheart haciendo lo suyo con las botas puestas sobre brasas. No es casual. La influencia está ahí, como un tatuaje mal disimulado.

Red Dirt es un collage, un mosaico hecho de retazos de rock, blues, psicodelia, folk y country. Es como una pintura que, vista de cerca, parece un desastre, pero que a la distancia adquiere cierta armonía indescifrable. No hay himnos aquí. Ninguna canción emerge como estandarte. Son más bien ensoñaciones tibias, pasajes lisérgicos que flotan entre la dureza y la calma, buscando una forma, un norte, una razón. Y sin embargo... hay algo. Un destello. Un gesto. Un dejo de valentía. Porque, aunque el álbum no logra sobresalir en lo musical como otros grandes tótems del género, dejó mucha carne en el asador. Dejó huella. Dejó actitud. Dejó misterio. Y eso, en estos tiempos donde todo parece estar dicho, vale oro. No es un disco para todos los días, pero sí para esas noches donde el alma necesita revolcarse en el lodo de lo imperfecto. Y ahí, justo ahí, Red Dirt encuentra su hogar. Obra de culto. Sí. Servidos están. Hasta más vernos.

Mini-datos:
  • Red Dirt fue una banda formada en East Yorkshire alrededor de 1968, estaba compuesta por Dave Richardson (voz), Steve Howden (guitarra), Kenny Giles (bajo) y Steve Jackson (batería) ellos construyeron una impresionante reputación en clubes y bares en el Norte de Inglaterra. Posteriormente firmaron con Morgan Bluetown para el sello Fontana.

  • Se ha especulado mucho en los últimos años sobre si el legendario diseñador de portadas de discos Barney Bubbles fue el responsable de la llamativa imagen del indio. En la contraportada se atribuye el diseño a Teenburger, una empresa con sede en Bubbles Notting Hill. Como varias personas trabajaron para Teenburger, es imposible confirmar si Bubbles participó en el diseño de la portada.

  • En una entrevista en la revista Record Collector, el guitarrista Steve Howden dijo: "La banda firmó con Morgan Studios después de solo 18 meses de estar juntos y tocar. En cuanto a la promoción, no había nada de eso en ese entonces. La corta edad de la experiencia, la sub-promoción y la indiferencia del sello enterró otro gran álbum de rock británico de los 70".

01. Memories
02. Death Letter
03. Problems
04. Song for Pauline
05. Ten Seconds to Go
06. In the Morning
07. Maybe I'm Right
08. Summer Madness Laced with Newbald Gold
09. Death of a Dream
10. Gimme A Shot
11. Brain Worker
12. I've Been Down So Long Bonus
13. Mixed Blessing
14. Wilting Tree
15. Three Fair Maidens
16. Back Alley Sally

CODIGO: M-7



Comentarios