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Black Sabbath - Never Say Die!


I think people don't like this album because it has almost nothing to do with classic Ozzy era Sabbath, or even the Dio's days. So don't expect any kind of vintage british witches or satanic hidden verses when you play your LP in reverse.Never Say Die! has one foot and a half in the early 80s and a considerable flirtation with "Pop" music, probably being the most diverse BS album. Unlike the rest of their Ozzy discography here we're dominated by light colours and an easy going mood, it's quite obvious that what appears to me as qualities are probably the same things that will turn most of the evil hairy boys away.It has the same effects as other "pop", late and underrated records like "Risk" and "Angel Rat". In the end this rush of fresh air into this classic band makes NSD one of my favorite Black Sabbath records.

Never Say Die!: El Grito Que Se Perdía en la Niebla 

En un año que parecía haber olvidado la oscuridad, 1978 alzó el telón de un rito final: Never Say Die!. Fue el canto crepuscular de la formación original de Black Sabbath, un conjunto otrora invencible que ahora se debatía entre sus propias sombras internas. Desde sus consagradas premoniciones apocalípticas en Sabbath Bloody Sabbath hasta la turbulenta experimentación de Technical Ecstasy, la banda había transitado un sendero de evolución sonora: riffs cada vez más complejos, teclados y sintetizadores emergiendo como invitados incómodos, y una atmósfera menos densa, más confusa. Aquella transformación fue acompañada por tensiones crecientes: luchas con contratos y abogados, adicciones que corroían sus cuerpos frente al micrófono, y el lento naufragio de una hermandad que se creía eterna.

Cuando Ozzy abandonó el barco en 1977, lo hizo después de un sinfín de reuniones agotadoras, resentimientos disfrazados de acuerdos y un dolor personal que quebró su temple. Él mismo comparó ese rompimiento con un matrimonio que termina en rencor mutuo. Dave Walker de Savoy Brown y Fleetwood Mac fue convocado como reemplazo provisional —pero al regresar Ozzy, se negó a cantar temas compuestos con su sustituto, obligando al grupo a reescribir todo desde cero. Cinco largos meses en Toronto se convirtieron en un purgatorio creativo. El consumo de drogas y alcohol transformó las sesiones en un caos sistemático: cada uno tocaba en su propio universo, los días se borraban, y las noches se volvían espesas, contaminadas por la desorientación más que por la inspiración.

El álbum tomó forma de manera fragmentaria, con melodías eclécticas, tintes de jazzfusión, teclados insistentes que trastornaban la atmósfera —un Sabbath irreconocible pero obstinado en mantenerse en pie. A ojos del mundo, Never Say Die! fue un estertor más que un ascenso. Llegó al puesto 12 en el Reino Unido y apenas alcanzó el 69 en Estados Unidos, recibiendo críticas que no cesaron con el paso del tiempo. La propia interpretación del grupo fue brutalmente sincera: Geezer Butler calificó aquel trabajo como “easily the worst album we did”, y Ozzy llegó a decir que se sentía “avergonzado” de haber participado en él. Y sin embargo, en lo más profundo de ese disco descompuesto nacieron chispazos de belleza inestable: “Junior’s Eyes”, “Air Dance”, “Swinging the Chain” —destellos de genialidad errática en medio del naufragio. Never Say Die! no fue un retorno triunfante, sino un sacrificio inacabado: el último ritual de una era que ya no podía sostenerse. Así se alzó el telón para un adiós cargado de solemnidad y caos: este disco no nació para celebrar, sino para catarsis. El Sabbath original tomó su última postura en el escenario y recitó su epitafio a ritmo de distorsión.

Impresión Personal: De Jazz, Sintetizadores, Caos y Aviadores Kamikaze

Antes de saber lo que era el verdadero Black Sabbath, ya había caído en una trampa gloriosa. Fue a mediados de los noventa. En esos días, los cassettes piratas te vendían sueños… o te los destrozaban con una sonrisa impresa en papel couché. Había comprado un THE BEST OF, convencido de que estaba por escuchar lo mejor del Sabbath original. Pero al darle play, me topé con otra criatura: era Speak of the Devil, el disco en vivo de Ozzy como solista. Me sentí estafado, sí. Pero había algo en ese sonido, en esa energía, que me encendió. Fue un error que actuó como iniciación, como un relámpago que, en vez de destruir, abre un sendero. Ese malentendido fue el impulso que me llevó a adentrarme en el verdadero universo Sabbath. Así fue como, de todos los álbumes posibles, el primero que escuché completo —con devoción ciega y sin entender del todo lo que tenía entre manos— fue Never Say Die!.

Y ustedes se preguntarán: ¿Por qué ese y no otro? Pues por puro capricho. La portada me llamaba la atención: dos pilotos de vuelo que parecían salidos de un sueño psicodélico o de un universo paralelo. Lo compré sin pensarlo dos veces. Lo escuché en mi habitación. Y algo raro pasó. No era que no me gustara. Pero era extraño. Un disco raro. Había canciones —como Shock Wave — que me hacían vibrar con una intensidad inexplicable. Aun siendo un novato en estos menesteres, sentí una conexión fuerte, visceral, como si el disco me hablara directamente.

A pesar de sus baches, su locura instrumental y su rareza, este álbum siempre ha estado en mi top personal. No por su perfección. Sino por lo que significa. Fue mi entrada al universo Sabbath. Mi ritual iniciático. Mi despegue sentimental. Y aunque muchos dicen que Never Say Die! nunca logró levantar vuelo… yo solo digo que conmigo lo hizo. Y nunca volvió a aterrizar.

Never Say Die! es un álbum que, en un punto, se quiebra. Pero a pesar de sus detonantes, tiene algo —un plus extraño— que engancha. Aun entre sus riscos, logra provocar un afecto bastante potente… al menos en mí. Air Dance por ejemplo, me resulta especialmente interesante. Es una de esas canciones que, si uno la escucha sin saber de qué disco viene, jamás imaginaría que es Sabbath. Lo mismo me ocurre con Breakout y Swinging the Chain. Ambas se sienten como excursiones fuera del territorio habitual, y sin embargo, tienen una belleza rara, que me atrae. Pero bueno, en gustos y colores no han escrito los autores, ¿no? Jejeje.

Este es, para mí, el álbum más atípico de la era Ozzy. El menos “Sabbath” en espíritu sonoro, y aun así, logra crear momentos intensos. Se aleja de los truenos infernales del heavy primigenio, pero conserva una sombra de esa esencia fundacional. No logra despegar del todo, es cierto. Es un disco inestable por momentos, fragmentado, a veces errático. Pero también es sorprendente, con su sonido ecléctico, sus infusiones de jazz, y esos sintetizadores que parecen salidos de una distopía setentera. Todo eso crea una atmósfera única… aunque no logre hacer un clic completo. El álbum decae. Y es natural. No es un disco “típico” de Sabbath en los 70’s, pero se le agradece por lo que es: un salto al vacío, un experimento que arriesga.} Y aún con todo eso —o quizás por eso mismo— hay momentos en que uno puede decir sin temor: Sabbath, contra todo… pega.

Mini-datos:
  • Ozzy se fue… y luego regresó… pero no cantó nada nuevo: En medio de la grabación, Ozzy Osbourne abandonó la banda y fue reemplazado por Dave Walker. Cuando Ozzy regresó, se negó a cantar cualquier canción compuesta con Walker. Eso forzó a Geezer Butler a reescribir las letras de “Junior’s Eyes” y convertir “Breakout” en un instrumental. Además Bill Ward terminó cantando “Swinging the Chain” porque Ozzy no quiso tocarla. Un caos creativo total.

  • Toronto helado y estudio infernal: El álbum se grabó en los fríos Sound Interchange Studios de Toronto durante meses. Las condiciones eran pésimas: sin calefacción, días interminables, Ozzy ausente por el duelo a su padre y ensayos que se llevaban a cabo en un cine abandonado. Según Iommi, fue “purgatorio creativo”, y Butler recordó exasperado cómo Ozzy afeaba cada línea.

  • Portada con historia compartida: La emblemática portada con los aviadores estilo kamikaze fue diseñada por Hipgnosis tras desechar una primera idea que luego sería utilizada por Rainbow en su álbum Difficult to Cure. Las fotos se hicieron con un avión de entrenamiento canadiense (probablemente un Texan o Chipmunk) vestido con insignias de EE.UU.

  • Tensión con Van Halen en la gira: Durante la gira de promoción, Van Halen fue banda soporte en Europa y EE. UU., y en algunos shows eclipsó a Sabbath, especialmente en EE.UU. para Tony Iommi fue incómodo cuando Van Halen tocó temas de Sabbath tras un soundcheck: no era burla, pero lo interpretó así. A pesar de ello, las bandas terminaron amigándose.

  • El final del Sith demoníaco: gira efervescente y disturbios: La gira Never Say Die! fue la última con Ozzy hasta su regreso en Ozzfest 1997. Incluyó incidentes memorables: en Alemania, Iommi abandonó al público tras un zumbido en su amplificador y miles de soldados estallaron en disturbios. En Nashville, Ozzy dormía en la habitación equivocada y el show fue cancelado, provocando otro caos.
01.Never Say Die!
02.Johnny Blade
03.Junior's Eyes
04.Hard Road
05.Shock Wave
06.Air Dance
07.Over to You
08.Breakout
09.Swinging the Chain

CODIGO: @




Anexo:

Writing On The Wall – Power ofthe Picts 

Cuando Never Say Die! se tambalea entre la pesadez y la confusión, hay otro disco, más lejano y primitivo, que también transita senderos poco firmes, pero igualmente embriagadores. Power of the Picts, el único LP de los escoceses Writing On The Wall, no tiene la maquinaria ni el peso histórico de Sabbath, pero sí algo igual de valioso: la sensación de estar escuchando un apocalipsis montado en teclados febriles y guitarras desbocadas. Ambos discos son imperfectos, eclécticos, anárquicos por momentos. Pero mientras Never Say Die! suena a una estrella negra perdiendo altitud, Power of the Picts es el canto de guerra de una banda que nunca tuvo altitud alguna y aun así decidió incendiar la aldea. Psicodelia pesada, hard rock embrionario, pasajes teatrales, voz endemoniada y espíritu de culto.

 

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