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Jerry Goodman & Jan Hammer - Like Children


Jerry Goodman and Jan Hammer:Like Children_ create a sonic sanctuary with their thoughtful, riveting melodies and primal rhythmic emanations. The innocence wrapped in sheets of pure brilliance shimmers in this classic post-fusion work. It is a mixture of East and West, and the duality that endures is exquisite in the hands of these two veterans of the Mahavishnu Orchestra with John McLaughlin. McLaughlin pioneered the genre known as jazz fusion, and took the guitar to new heights. In the process he pushed some young progressive musicians to their extreme performance level.
I highly recommend this masterpiece to any stoney minded listener.
Om Mani Padme Hum

Some definite Mahavishnu influence all over this including a different take on “Stepping Tones” and not surprising cleaned up the Jan Hammer way. A more rock influence as well especially on the vocal pieces and of course some dated synth exercises. Still a good album, just not as inspiring as some of their previous works.

Goodman y Hammer: Niños del rayo, alquimistas del alma

A veces, después del trueno, no llega el silencio. Llega algo más raro: el eco de lo que fuimos, resonando entre ruinas. Así quedaron Jerry Goodman y Jan Hammer tras la implosión de Mahavishnu Orchestra. Dos músicos que habían sido parte de una tormenta sagrada y ahora caminaban entre escombros, buscando algo que no sabían si existía: una música sin guerra, sin mandatos, sin máscaras.

Y fue allí, en medio de ese cruce de fuego y abandono, donde surgió una chispa distinta. No una continuación, sino un renacimiento. No un disco para demostrar, sino para recordar. Para jugar. Para sanar. Lo que sigue no es solo la crónica de un álbum oculto: es la historia de dos prodigios que volvieron a tocar como si fueran niños perdidos en un laboratorio de sueños eléctricos. Esta es la historia de Like Children.

Parte I: El cruce tras la implosión

Aquel coloso llamado Mahavishnu Orchestra se había quebrado como un diamante partido con rabia. Lo que alguna vez fue la encarnación perfecta del virtuosismo desbordado —mística oriental, violencia eléctrica, espiritualidad con distorsión— terminó colapsando entre egos desbordados y silencios que pesaban como monzones. Jerry Goodman y Jan Hammer quedaron de pie entre los escombros. Dos genios que habían cabalgado el rayo juntos. Dos músicos que se conocían de oído más que de palabra. Y que, aún chamuscados por la batalla, no estaban dispuestos a rendirse.

Una tarde sin gloria ni prensa, se encontraron. Ya no como soldados de un imperio musical, sino como dos niños que habían perdido su juguete favorito. No hubo discursos ni pactos ceremoniales. Solo una pregunta simple, sin peso, lanzada al aire como quien lanza una piedra a un lago:

—¿Y si grabamos algo tú y yo… sin nadie más?

Y allí comenzó. No como un proyecto. Como un escape. Como un experimento privado entre dos alquimistas musicales que no tenían nada que probar, pero sí mucho que liberar. Eligieron el Red Gate Studio, en Nueva York. Un espacio más parecido a un taller que a un templo. Allí no habría productores ni ejecutivos. Solo cintas, micrófonos y silencio expectante. Lo decidieron todo de inmediato: tocarían ellos dos todos los instrumentos. Nada de músicos de sesión. Nada de "llenar espacios". Cada track sería el resultado de sus manos y sus oídos. Un laboratorio privado. Un juego a dos voces. Jerry trajo su violín eléctrico, ese que había rugido como dragón en “Dance of Maya”. Pero esta vez no sonaría como furia: sonaría como redención. También empacó su guitarra, su bajo, y una maleta de ideas. Jan llegó con sus sintetizadores analógicos —el Mini Moog, el Freeman String Synthesizer— y una precisión que podía cortar la oscuridad como bisturí.

El primer día, grabaron una improvisación que no pensaban guardar. Una mezcla de banjo indio y teclados siderales. Se llamaría “Country and Eastern Music”.

Era una broma, al principio. Pero sonó tan sincera, tan desinhibida, que se convirtió en la primera piedra del templo. A veces uno comenzaba una idea por la noche y el otro la terminaba al amanecer. Usaban overdubs como capas de pintura abstracta.

Uno grababa el bajo, luego una línea de teclado; luego regresaban y regrababan todo en una toma más salvaje. Sin guiones. Sin mapas. Solo intuición.

Y lo más hermoso: no había discusión. No hacía falta. Después de haber navegado el torbellino de Mahavishnu, esta grabación se sentía como entrar en un bosque silencioso con un viejo amigo. El disco no tenía nombre aún. Pero algo empezaba a insinuarse en el aire: esa sensación de estar jugando de nuevo… como cuando uno era niño.

Dos alquimistas y un estudio sin reglas

Parte II: La alquimia y el rugido

En la segunda cara de esta historia, el telón se abre para revelar no solo un álbum, sino una criatura viva: mutante, libre, impredecible. Como si el rayo del jazz eléctrico hubiese encontrado dos médiums que lo invocan con precisión quirúrgica y furia de niños descalzos corriendo entre relámpagos.

Desde los primeros compases de "Country and Eastern Music", uno entiende que esto no será un paseo por praderas sonoras, sino una excursión por laderas imposibles: un híbrido entre la tradición balcánica de Goodman y el impulso cósmico de Hammer. El violín es un derviche que gira y gira, mientras los teclados escupen arabescos eléctricos como si fueran meteoritos cayendo sobre un mercado medieval. Lo fascinante del disco no está sólo en su virtuosismo (que lo hay, y mucho), sino en su irreverencia. Aquí hay libertad. Aquí hay riesgo. Por ejemplo, la inclusión de la increíblemente funky “FullMoon Boogie”, donde ambos músicos sueltan el pelo y le dan rienda suelta a su faceta más sucia y groovera. ¿Jazz? ¿Rock? ¿Sci-fi del alma? Nadie lo sabe. Y a nadie le importa. Este tema es dinamita para sacudir cabezas.

Cuenta la leyenda que durante la grabación de este track, Hammer y Goodman se pasaban los instrumentos como si fueran cartas en una partida de póker psicodélico: Jerry tomaba el bajo, Jan se sentaba en la batería, y en un momento incluso hicieron una toma completa sin mirar los controles del estudio, simplemente tocando “como si no hubiera mañana”. Y cuando escucharon la reproducción, se miraron en silencio. Esa fue la toma que quedó. Otra joya que encapsula la sensibilidad casi mística del disco es “Night”, un tema de Hammer que parece flotar sobre un lago de luz lunar. La melodía es íntima, ondulante, con un piano eléctrico que parece susurrar secretos. Aquí no hay tormenta, sino calma de antesala. Una belleza inesperada que muestra que estos dos “niños” también sabían abrazar la quietud, cuando la música lo pedía.

Y para cerrar el círculo, aparece "I Remember Me", una reversión melancólica y casi espiritual de una pieza compuesta por Goodman en su juventud. Se dice que era una de las favoritas de su madre, y que decidió incluirla aquí como un acto de gratitud y despedida. El tema es delicado, casi un rezo, y su violín parece hablar en un idioma que sólo el corazón entiende. Escucharla después del frenesí de los temas anteriores es como salir del huracán y encontrar, de pronto, un claro en el bosque.

Conclusión Final: Como niños redimidos

Like Children no es sólo el título del álbum. Es una declaración espiritual. Un conjuro. Un espejo de lo que ocurre cuando dos músicos extraordinarios dejan caer el peso de sus egos y se entregan al juego con la pureza del asombro. Aquí no hay productor que mande, no hay fórmulas, no hay reglas: sólo dos almas volviendo a ser niños, pero con el conocimiento de antiguos alquimistas. Este álbum no vino a cambiar la historia del rock, ni a conquistar las listas. Vino a respirar. A recordarnos que hay belleza en la imperfección, en la libertad, en el riesgo. Que la técnica no sirve de nada si no se convierte en lenguaje del alma.

Lo que queda después de escuchar este disco no es sólo admiración. Es algo más profundo. Es ese suspiro que uno suelta al recordar algo que nunca vivió, pero que inexplicablemente siente como propio. Es ese destello que sólo aparece cuando dejamos de pensar y nos dejamos llevar. Like Children es el lugar donde el jazz eléctrico deja de ser un género para convertirse en una infancia recuperada.Un testamento sónico de lo que ocurre cuando el corazón encuentra su sinte… y el violín le responde con voz de trueno y caricia.

Mini datos:

  • Estudio sin red de seguridad: El disco fue grabado casi en su totalidad sin productor ni banda fija. Goodman y Hammer se alternaron todos los instrumentos, grabando capa por capa en un estudio de Nueva York con libertad total.

  • Instrumentos rotativos: En Full Moon Boogie, Hammer toca la batería y Goodman se hace cargo del bajo. Cambiaban de instrumentos en las tomas como si estuvieran en una jam entre hermanos.

  • Sin mezclas eternas: Según Hammer, algunas tomas que quedaron en el álbum son demos ligeramente ajustados, porque querían preservar la frescura del primer impulso. “Lo que suena honesto no se retoca demasiado”, decía.

  • Violín eléctrico hecho a mano: Goodman utilizó un violín eléctrico artesanal que él mismo había modificado con ayuda de un amigo técnico en sonido. Quería un tono más agresivo y crudo, casi como una guitarra.

  • Jam cósmica en la madrugada: El tema Night fue compuesto en una noche de insomnio. Hammer llegó al estudio a las 2 am, encontró todo a oscuras, encendió su Fender Rhodes y grabó la base del tema en una sola toma. Goodman la escuchó al día siguiente, lloró, y grabó el violín sin decir una palabra.
01. Country and Eastern Music
02. No Fear
03. I Remember Me
04. Earth (Still Our Only Home)
05. Topeka (2:57)
06. Steppings Tones
07. Night
08. Full Moon Boogie
09. Giving in Gently / I Wonder

CODIGO: @





Anexo:

Aera – Humanum Est 

Si Like Children es una infancia rescatada entre sintetizadores y violines encendidos, Humanum Est de los alemanes Aera es la adolescencia de un planeta extraño, donde el jazz se mezcla con el krautrock y la psicodelia se sacude el polvo de las botas. Un álbum que no busca respuestas, sino caminos. De ejecución tribal, por momentos pastoral, por otros desbocadamente progresivo, Humanum Est suena a una caminata por un bosque donde cada árbol toca un instrumento distinto. Aquí el virtuosismo no grita, pero sí danza. Y el alma que lo habita recuerda que ser humano también es eso: explorar sin miedo, con los oídos abiertos y el corazón sin mapa. Continuará la historia…



Comentarios

  1. Respuestas
    1. ¡Gracias a ti por pasar y escuchar!
      Like Children es como un experimento cósmico que salió bien: explota, sueña, y se arma de nuevo en cada vuelta. Qué bueno que lo hayas disfrutado —seguimos buceando por ese mar de perlas escondidas que se encuentran en ese universo sonoro que tantos amamos. ¡Nos vemos en el próxima álbum de culto. Saludos a la distancia.

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