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AL VUELO: El Opio - Singles






El Opio: Psicodelia Andina y Rebeldía Eléctrica

En el Perú de inicios de la década de 1970, cuando el rock buscaba aún una identidad propia y las influencias extranjeras dominaban las ondas radiales, surgió una banda que decidió no imitar, sino reinventar. Un nombre audaz, casi provocador: El Opio. No solo representaba una ruptura estética, sino un manifiesto sonoro que mezclaba la electricidad de las guitarras con la raíz más profunda de la música andina.

Nacidos en Lima alrededor de 1971, El Opio se convirtió en pionero de un estilo que algunos bautizaron como Indian Rock o Huayno Rock: una fusión irreverente de psicodelia, rock progresivo y hard rock, aderezada con escalas, cadencias y sensibilidades propias del altiplano. Esta amalgama de influencias no era una pose exótica; era una declaración de identidad en un contexto donde el rock local buscaba emanciparse del molde anglosajón. Entre sus piezas más memorables, “Piratas en el Titicaca” destaca como un viaje sonoro que combina tensión y movimiento. El riff de guitarra es oleaje; el bajo, un remo que marca el pulso de la travesía; y la batería, un motor que impulsa la nave hacia un horizonte de paisajes imaginarios, mitad lago sagrado, mitad escenario psicodélico. La composición transmite esa sensación de aventura incierta, como si cada compás empujara más allá de lo conocido.

Si Piratas… es exploración y viaje, “Prueba A” es ataque frontal. Su riff inicial irrumpe con crudeza, directo y sin adornos, presagiando una intensidad que algunos críticos no dudan en calificar de proto-punk. Es una descarga breve pero explosiva, un golpe de energía que pone en evidencia la versatilidad del grupo: capaces tanto de elaborar paisajes sonoros complejos como de disparar piezas contundentes y urgentes. Pero ninguna pieza captura mejor la esencia mística de El Opio que “Una Bruja en el Cuzco”. Con un aire ceremonial, la canción combina cadencias de huayno con una atmósfera enrarecida, casi cinematográfica. Es como presenciar un ritual andino al que se le han añadido guitarras distorsionadas y baterías encendidas: una invocación que mezcla tradición y modernidad en un mismo hechizo sonoro.

A pesar de su breve existencia —se disolvieron hacia 1975—, El Opio dejó un legado singular. Su obra es escasa, pero su huella es indeleble para quienes buscan en el rock no solo entretenimiento, sino un acto cultural, casi ritual. En un país marcado por tensiones sociales y políticas, su propuesta musical representó una forma de resistencia creativa: tender un puente entre lo ancestral y lo moderno, entre la memoria y la distorsión eléctrica.

Hoy, más de medio siglo después, los surcos que grabaron siguen vibrando con la misma intensidad. Escuchar a El Opio es asistir a un momento único en la historia del rock peruano, cuando unos pocos músicos decidieron que las montañas y las guitarras eléctricas podían hablar el mismo idioma. Un idioma que, como su nombre, sigue siendo hipnótico, desafiante y profundamente adictivo.

Discografía destacada (singles):

  • Una Bruja en el Cuzco / Recordándote (1972)

  • Piratas en el Titicaca / Juntos (1972)

  • Prueba A / Ella (1973)

  • Pusher / Déjame solo (1973)

  • Kashanga / Solo Tú (1974)

Curiosidades:

  • El nombre de la banda surgió tras una anécdota urbana: uno de sus miembros creyó ver a un hombre fumando opio en una tienda limeña.

  • Se dice que tenían una pieza instrumental de más de una hora, Hashis, que nunca grabaron oficialmente y fue plagiada por un grupo extranjero.

  • Su mezcla de elementos andinos con distorsión fue pionera en la región, anticipando propuestas de folk rock latinoamericanos posteriores.

CODIGO: @





Anexo:

Traffic Sound – Same (Tibet’sSuzettes) 

Si El Opio encendió la mecha de la psicodelia andina con distorsión y raíces altiplánicas, Traffic Sound trazó otro camino dentro de la misma geografía musical: uno más cercano a la elegancia lisérgica y la experimentación refinada. Same —con su pieza “Tibet’s Suzettes”— captura la otra cara del rock peruano de la época, donde el viaje no era una rebelión frontal, sino una exploración sensorial y cósmica. Juntos, ambos discos muestran que la escena local podía moverse entre el ritual eléctrico y la ensoñación sofisticada sin perder identidad.






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