Catapilla - Changes
In the Heart of the River We Are Reflected...
“Cross-legged in the corners, in the Underground, the train moves, the train goes. Eyes cross directions, they sympathize, beneath… Trouble in your eyes, awakes cool to my eyes, sources found after searching round.” Jazz, psychedelia, rock, art rock – the nature makes a caterpillar change into a butterfly, musicians make sound change into music. “He started to tenderly unfold. She failed, at least she learned. He knows a restricted silenced tune. Drifting to you at night, start right. An image, carefully foiled, around him.” And great musicians such as Catapilla turn music into a sheer beauty.
Changes: Fragmentos de un grito espectral
¿Qué queda cuando una banda decide dar el salto sin red, dejando atrás
lo predecible y arrojándose al abismo de lo inexplorado? Changes, el segundo y
último suspiro de Catapilla, no es solo un título: es una advertencia, una
promesa, una mutación grabada en vinilo. Aquí no hay estructuras dóciles ni
estribillos de cartón. Hay magma. Hay viento sucio soplando desde los
callejones del jazz eléctrico, y hay voces que no cantan: declaman, interrogan,
invocan.
En 1972, mientras el mundo intentaba acomodarse entre el glam naciente y
los últimos coletazos del flower power, Catapilla decidió prenderle fuego al
mapa. Y desde esa llamarada quedó esto: Changes. Un disco que parece haber sido
compuesto por una secta de alquimistas en trance. Una obra donde cada compás es
un acertijo y cada solo, una grieta en la realidad.Escuchar este álbum no es
una experiencia cómoda. Es un acto de fe sonora. Es sumergirse en la selva
espesa del avant-prog británico, con los oídos atentos y la cordura en jaque. Changes
no quiere gustarte. Quiere despertarte.
Impresiones personales: Anna Meek y los coros del delirio
Segundo y último álbum de Catapilla, Changes no es una simple entrega
más dentro del progresismo británico. Es una criatura sonora que se arrastra,
se eleva y se transmuta sin pedir permiso. Cuatro piezas extensas, esculpidas
con mano surrealista, marcan su paso en un terreno donde la psicodelia muta en
jazz, el jazz se desborda en rock ácido, y el rock se vuelve teatro cósmico.
Todo bajo un claroscuro que no teme al misterio ni a la intensidad.
Desde los primeros compases, el disco emana una fuerza camaleónica que
deslumbra por su eclecticismo y sofisticación. Aquí no hay cortes predecibles
ni estructuras amables. Hay viaje. Hay vértigo. Hay momentos en los que uno no
sabe si flotar o defenderse del vendaval. La banda, en esta última
metamorfosis, eleva su propuesta al plano de lo visionario y se proclama, sin
fanfarria, como una de las entidades progresivas más desafiantes del culto
underground de los setentas. La voz de Anna Meek, magnética y telúrica, guía el
ritual como una sacerdotisa de otros planos. Su entrega es total: teatral,
salvaje, pero medida con precisión hipnótica. Es un canto entre la locura y el
éxtasis, como si Grace Slick se hubiera topado con un libro alquímico y
decidiera leerlo a gritos en un callejón iluminado por la luna.
En Changes, los instrumentos no acompañan: conspiran. El saxofón
serpentea como un encantador de sombras, mientras la guitarra pinta pasajes de
delirio y el teclado abre portales hacia un no-lugar donde las leyes del ritmo
se doblan y transforman. Cada tema es un organismo vivo, en constante mutación,
con secciones que van desde lo etéreo hasta lo abrasivo sin perder cohesión. Hoy,
décadas después de su nacimiento silenciado por los titanes del género, Changes
resurge como una pieza de culto incontestable. Incomprendida en su momento, la
obra ha alcanzado el aura mítica que solo el tiempo sabe cincelar. Su propuesta
sigue siendo desafiante, visceral, exquisita. No es un álbum fácil. No lo
quiere ser. Es una travesía por un delta sonoro donde confluyen lo vanguardista,
lo ácido, lo espiritual y lo demencial.
Escuchar Changes es entregarse a una experiencia casi iniciática. Uno
sale distinto. Más confuso, más abierto, más despierto. Porque en sus
progresiones —tan llenas de tensión, belleza y rareza— hay una energía que
sigue vibrando como un faro psicodélico para quien se atreva a mirar de frente
a la bestia.
- Los solos de guitarra de Graham Wilson se elevan y se elevan mientras el bajo, el piano eléctrico y la batería completan la sección rítmica de una forma gloriosa.
- Para esta nueva entrega se fueron Thierry Reinhardt, Hugh Eaglestone, Dave Taylor y Malcolm Frith. La alineación ahora fue: Ralph Rolinson en órgano y piano, Carl Wassard en el bajo y Brian Hanson en batería.
01. Reflection
02. Charing Cross
03. Thank Christ For George
04. It Could Only Happen To Me
CODIGO: O-33
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