Vivo, Crudo & Salvaje: Carlos Santana & Buddy Miles - Live!
Chamanes Eléctricos: Santana, Miles
y el Caos Divino
El lado uno
calienta los motores.
Y el lado dos viene
con mugre sabrosa.
PARTE I: Cuando el Sol Estalló Sobre
Hawái
La conjunción astral del mestizaje
eléctrico
Corría el último día de 1971, pero
nadie estaba listo para que terminara. Mientras el mundo brindaba con champán y
se abrazaba entre fuegos artificiales, en el corazón del Pacífico —más
precisamente en el Diamond Head Crater de Honolulú— un ritual sonoro estaba a
punto de reventar los cielos.
Ese 31 de diciembre y 1 de enero, el
cráter volcánico fue tomado por asalto por almas hambrientas de ritmo y
desobediencia. En vez de cenar pavo o cantar villancicos, casi 30 mil personas
se entregaron a una maratón de música caliente como lava. Lo que nació como un
festival espontáneo, terminó convirtiéndose en un vórtice sonoro de
proporciones mitológicas. ¿El motivo? Un cartel donde el nombre Santana
brillaba como un sol azteca, pero que guardaba una sorpresa: esa noche, Carlos
no estaría solo. Carlos Santana, aún despegando del trance místico de
Caravanserai, había entrado en una etapa de exploración total. En su mente —y
bajo la influencia de la lectura obsesiva de Sri Chinmoy y las enseñanzas del
jazz espiritual—, el rock latino comenzaba a ceder terreno a la improvisación,
la electricidad y la experimentación del alma. Fue entonces cuando decidió
invitar a uno de los bateristas más feroces del soul y del funk: Buddy Miles,
conocido por su paso por The Electric Flag y por ser el martillo rítmico en la
Band of Gypsys junto a Jimi Hendrix.
Cuenta la leyenda —y un par de
técnicos de sonido que sobrevivieron al estallido— que el ensayo previo fue tan
encendido, que varios equipos explotaron literalmente. También se dice que
Santana, al ver cómo Buddy golpeaba los parches con el peso de un terremoto,
soltó entre risas: “Este tipo no toca la batería, la domestica a gritos”. Ese
dúo, como un cóndor con alas de fuego, fue el núcleo de una jam band
improvisada, un combo multicultural que incluía metales, percusiones
afrocaribeñas, teclistas al borde del colapso y un bajo que parecía canalizar
rayos cósmicos. ¿Jazz? ¿Funk? ¿Rock ácido? ¿Ritual de sanación? Fue todo eso y
más.
El resultado: un concierto de Año Nuevo que no sonó a despedida, sino a nacimiento. El nacimiento de una criatura extraña, fusionada y salvaje. Y por suerte para los mortales, ¡quedó grabado!
PARTE II: El Cráter y los Espíritus
del Ritmo
Improvisación, delirio y la chispa
que encendió los setenta
En plena madrugada del 1 de enero de
1972, mientras algunos apenas gateaban entre resacas, Santana & Buddy Miles
Live! estaba ardiendo en tiempo real sobre la boca de un volcán dormido. Una
metáfora perfecta: todo parecía calmo, pero por dentro hervía un magma de
sonidos.
El show fue un despliegue de jam
sessions de alta intensidad, donde las canciones se estiraban como chicle
psicodélico, se transformaban y mutaban en pleno vuelo. La apertura con
“Marbles” fue un viaje de siete minutos donde las guitarras se enredaban con
metales como serpientes en celo. “Them Changes” —el hit de Buddy Miles— se
convirtió en un canto colectivo que hizo temblar las palmeras. Y el momento más
delirante llegó con la versión de “Evil Ways”, en una mezcla de rock latino,
funk, jazz y locura tribal, que dejó a más de uno con la boca abierta y los
pies flotando a tres centímetros del suelo. ¿Sabías que no hubo un guion fijo
para ese concierto? Nada fue ensayado al milímetro. Cada músico llegó sabiendo
que debía dejar el ego en la entrada del cráter. Lo que ocurrió allí fue una
ceremonia de libertad: un caos ordenado por la energía.
Otro dato curioso: el público estaba
tan conectado con la música, que al final del show algunos asistentes se
quedaron en silencio absoluto, mirando al cielo estrellado, sin aplaudir. Uno
de los organizadores, en una entrevista años después, lo describió así: “Fue
como si todos hubieran visto una aparición, como si la música hubiera tocado
algo que no se podía explicar con palabras”. El álbum, lanzado en junio de
1972, capturó ese instante fugaz: la unión entre el groove pantanoso de Buddy
Miles y la espiritualidad ardiente de Carlos Santana. No fue un disco planeado
para la fama, sino para la catarsis. Un documento ritual de una noche que
desafió las reglas del tiempo.
Y así, querido lector del Hombre
Polilla, si alguna vez sientes que el alma te pide una sacudida, una descarga
que no distingue géneros ni fronteras, dale play a este disco. Porque en esa
grabación no solo suena música: suenan espíritus, truenos, y el eco eterno de
un volcán que, por una noche, volvió a rugir.
Impresiones Personales: Una descarga sin tregua, sin pausa y
sin arrepentimiento
Santana se muestra salvaje, endemoniado, IMPERIAL y virtuoso. Lo suyo es un ataque frontal, una llamarada directa a los sentidos, pero también una danza: logra conectarse con la banda con una naturalidad asombrosa (¡hay que darles mucho crédito, realmente hacen un trabajo impecable de apoyo y contención!).
Buddy Miles, por su parte, es el
contrapeso perfecto: el lado más serio, más refinado... pero ojo, también se
lanza al abismo con audacia. Es intrépido, sólido, y sabe cómo empujar el ritmo
hacia territorios cadenciosos, casi ceremoniales. Juntos, como criaturas
míticas recién salidas del cráter, producen una amalgama de furia y pasión
desbordante. El jazz latino se funde con el funk, el blues se trenza con el
soul, y todo eso se yergue sobre una estructura de progresiones salvajes que
desembocan en bestialidades sonoras como Marbles y Lava —dos jam brutales, con
aromas chicanos y vuelos místicos, que hacen del Live! una experiencia
realmente exquisita. Pero ¡OJO! La verdadera esencia de este encuentro, la
chispa vital que lo convierte en algo irrepetible, se encuentra en el extenso y
descomunal Free Form Funkafide Filth. Ahí está el corazón del rito: una
experiencia ATRONADORA, de esas que te dejan sin habla y con el alma girando
sobre sí misma.
¡CARAJO!, clásicos como Evil Ways y
Them Changes nunca sonaron tan malditos y tan frescos. Han sido reinventados,
poseídos por una energía única. No, JAMÁS volverán a sonar así. Este fue un
momento sellado por los dioses de la fusión y del riesgo. Aquí presenciamos a
un Santana en plena etapa “ácida” y volátil, experimentando con libertad,
soltando amarras, buscando algo más allá del solo de guitarra perfecto. Solo
queda decirlo sin vueltas: un trabajo impecable y de culto. Obra más que
recomendada para todo aquel que se atreva a cruzar el umbral. Y así, querido
lector del Hombre Polilla, si alguna vez sientes que el alma te pide una
sacudida, una descarga que no distingue géneros ni fronteras, dale play a este
disco. Porque en esa grabación no solo suena música: suenan espíritus, truenos,
y el eco eterno de un volcán que, por una noche, volvió a rugir.
Mini-datos:
- Santana estaba en plena etapa de exploración espiritual y musical, influenciado por su encuentro con Sri Chinmoy y por el jazz cósmico de Miles Davis. El resultado: un sonido más libre, espiritual y ácido.
- El escenario fue el 'Diamond Head Crater', un cráter volcánico en Hawái. Sí, literalmente tocaron dentro de un volcán apagado. ¿Qué más se puede pedir para una sesión mítica?
- El extenso y caótico Free Form Funkafide Filth no estaba planeado. Fue una improvisación libre donde Santana, Miles y los músicos se dejaron llevar durante más de 24 minutos sin red de seguridad. Y no, no hubo overdubs.
01.Marbles
02.Lava
03.Evil Ways
04.Faith Interlude
05.Them Changes
06.Free Form
Funkafide Filth
CODIGO: @
Anexo:
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