Clásicos de Oro: The Jimi Hendrix Experience – Electric Ladyland
Electric Ladyland is without doubt one of the most influential albums ever
released by any artist, ever. It is widely held that Jimi Hendrix was the best
electric Guitarist that ever lived, and I for one won't argue with that
assertion. Electric Ladyland is probably the greatest Guitar album of all time.
I don't have the power of words necessary to describe Jimi Hendrix Guitar parts
on this album, they're simply indescribable. If God played the Guitar using
Saturn as a Wah Pedal and the galaxy for an amp, it might sound like the Guitar
parts of Electric Ladyland. I can't imagine a Guitarist since that could play
the solo for Voodoo Child the same way Jimi Hendrix did. It's just way past
words. My favorite song on Electric Ladyland though is Burning of the Midnight
Lamp with sounds like a chorus of alien angels competing with Poseidon's
Guitar, that's the best way I can describe it, and all of Electric Ladyland is
full of such wonders. It's truly a watershed in Rock's history
Escuchar a Hendrix después de años no es nostalgia. No es como desempolvar un viejo recuerdo y reconocerlo con cariño. Es otra cosa. Es abrir un portal y encontrarte, de nuevo, con un sonido que parece nacer por primera vez en tus oídos. Cada nota brilla como recién creada, cada distorsión explota como un relámpago inédito. Su música no envejece: se regenera. No importa cuántos años hayan pasado: siempre será como la primera vez que un adolescente descubre que la electricidad puede cantar. Porque la música real, la música que quema y alumbra, no tiene fecha de vencimiento.
Electric Ladyland: Un destello en la oscuridad del abismo eléctrico.
…En 1968, Jimi Hendrix decidió que no bastaba con ser el guitarrista más explosivo del planeta. Quería crear un disco que capturara todo lo que era posible con la electricidad: el “blues de raiz”, la psicodelia expansiva, el soul urbano y la experimentación técnica más audaz. Así nació Electric Ladyland, un álbum doble grabado entre Londres y Nueva York, en sesiones maratónicas que mezclaban genialidad, caos y excesos.
Hay discos que no empiezan con música, sino con un presentimiento. Como si la aguja, antes de rozar el vinilo, ya supiera que está a punto de abrir otra dimensión. Electric Ladyland es ese umbral: un viaje donde la electricidad no se escucha, se atraviesa. Hendrix no solo buscaba canciones. Buscaba construir un universo. En aquellas sesiones, el estudio dejó de ser un simple espacio técnico y se convirtió en un templo eléctrico. Músicos entraban y salían como espíritus convocados, las noches se confundían con amaneceres, y de la improvisación nacían himnos eternos. Era caos, sí, pero también revelación. Hendrix, obsesionado con cada detalle, transformó la consola en un instrumento más, moldeando el sonido como si fuera arcilla ardiente.
Electric Ladyland no es un conjunto de temas: es el retrato de un artista en plena metamorfosis, un visionario dispuesto a romper todos los límites de lo conocido. Su obra más ambiciosa no solo reconfiguró el rock. Levantó un monumento a la electricidad como lenguaje universal, donde el sonido dejó de ser simple música… para convertirse en mito.
La Historia de la Producción de Electric Ladyland
LADO A: Londres – El génesis eléctrico
En 1968, Londres era el epicentro del rock, pero para Hendrix ya se había convertido en un escenario limitado. El hombre que había incendiado guitarras y almas quería algo más: un disco que no solo mostrara su virtuosismo, sino que contuviera un universo entero. Las sesiones comenzaron con esa ambición… y muy pronto se transformaron en un campo de batalla.
En los estudios, la tensión era palpable. Chas Chandler, su antiguo manager y productor, esperaba disciplina, eficiencia, un método claro. Hendrix, en cambio, buscaba el infinito. Cada canción se ensayaba una y otra vez, persiguiendo un sonido que solo él parecía escuchar en su cabeza. “Haz que la guitarra suene como si viniera desde el océano”, pedía. Los técnicos se miraban confundidos. Las madrugadas se extendían sin final, con músicos agotados, y un desfile interminable de amigos, curiosos y extraños que invadían el estudio, fumando, riendo, bebiendo, como si se tratara de un templo abierto.
El caos terminó por quebrar la paciencia de Chandler. Cansado de las sesiones eternas y de la falta de control, abandonó el proyecto. Y fue allí, en medio del desorden, cuando Hendrix obtuvo lo que secretamente buscaba: el control absoluto. El precio era alto: más caos, más tensiones, más desgaste. Pero también, por primera vez, la libertad de moldear el sonido sin intermediarios. Londres había sido el génesis, el fuego inicial. Pero para completar la obra, Hendrix necesitaba otro escenario.
LADO B: Nueva York – El templo eléctrico
Nueva York lo recibió como recibe a los visionarios y a los locos: con noches largas y un pulso inagotable. En el Record Plant Studios, Hendrix encontró el lugar ideal para expandir sus delirios eléctricos. Allí, el estudio dejó de ser una sala técnica para convertirse en un laboratorio sonoro, un altar de experimentación.
Las sesiones eran interminables. El día y la noche se confundían, y músicos entraban y salían como si fueran fantasmas convocados por un hechicero. Noel Redding, agotado y fastidiado, apenas soportaba el ambiente; Hendrix terminó reemplazando su bajo en varias canciones, o invitando a otros, como Jack Casady de Jefferson Airplane. En “Voodoo Chile”, por ejemplo, la banda se armó con Steve Winwood al órgano y Casady al bajo: un jam de casi quince minutos nacido de la pura improvisación, pero que quedó como una de las catedrales del blues eléctrico.
La obsesión de Hendrix con el detalle alcanzaba niveles casi imposibles. Grababa decenas de overdubs de guitarra, experimentaba con phasing, wah-wah, eco, manipulación de cinta. La consola ya no era un intermediario: era un instrumento más en sus manos. Así, canciones como “1983… (A Merman I Should Turn to Be)” se convirtieron en odiseas sonoras, donde los efectos parecían abrir océanos y galaxias en los oídos del oyente. Pero el caos también dejó cicatrices. Redding estaba cada vez más alejado. La Experience se tambaleaba como grupo, aunque paradójicamente estaba grabando su obra maestra. De la tensión nacieron piezas perfectas como “All Along the Watchtower”, donde Hendrix, insatisfecho con todo lo que tocaba su banda, decidió hacerlo él mismo: guitarra tras guitarra, bajo, producción… y el resultado fue uno de los mejores covers de la historia del rock, capaz de eclipsar la versión original de Bob Dylan.
Lo que había comenzado en Londres como un experimento indomable, en Nueva York se transformó en un ritual eléctrico. El precio fue el desorden, las discusiones y el desgaste personal. Pero el resultado final fue monumental: un álbum doble que no solo capturaba a Hendrix en su máxima expresión, sino que reinventaba el estudio de grabación como un instrumento de creación total. Electric Ladyland no fue solo un disco: fue una ceremonia, un viaje al corazón de la electricidad misma.
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Hendrix en pleno proceso de producción |
Impresiones Personales: Caminando por las tierras de la Dama Eléctrica
Electric Ladyland es un álbum que en un punto me cambió la vida. Debo decirlo sin rodeos: fue una de las experiencias más grandes dentro de aquel mundillo que cargaba conmigo a cuestas. Este disco tiene una visión inmensa, capaz de abarcar el pasado, el presente y el futuro. Cada tema eleva el espíritu y enciende el alma: desde la incendiaria “All Along The Watchtower”, hasta la futurista “1983... (A Merman I Should Turn To Be)”, o la ritualista “Voodoo Chile”. Todo en este álbum es una experiencia-ritual que detona sentimientos intensos y te hace quebrar el cráneo en mil pedazos. Aquí Hendrix demuestra su enorme talento y lo eleva hacia los más altos cielos, produciendo una sensación de vértigo puro.
Tomemos como ejemplo “Crosstown Traffic”, una canción bravía, con una intensidad fulminante y ese toque ácido que te lleva a los lindes más infernales. Aquí se aprecia la diabólica creatividad de Hendrix. Pero si doblamos la apuesta de aquella maligna virtud, nos encontramos con el blues psicodélico de “Voodoo Chile”, un tema que te consume de principio a fin. Es intenso, ardiente, hasta seductor. Hendrix aparece aquí como un mesías ácido, que nos da un sermón mientras nosotros nos derretimos en ácidos. Confieso: es una de las canciones que más me han llevado hacia lo profundo del éxtasis. En ella se siente como si realmente camináramos de la mano con él por esos parajes eléctricos.
El viaje es extenso. Algunas canciones pueden pecar de dulces, pero otras son auténticas ráfagas fulminantes. “Gypsy Eyes”, por ejemplo, con esos riffs que te machacan en 2x3, primero te arrastra, luego te sienta en el sofá, y de pronto te fulmina otra vez. No hay duda: aunque haya cortes más dóciles, hay otros que son saetas directas al corazón. Pero aquí no se trata de lo técnico, ni de diseccionar fríamente lo musical. Esto es otra cosa: son impresiones a carne viva, lo que significa escuchar Electric Ladyland. En el epicentro encontramos experimentación, vanguardia, raíz e irreverencia. Blues, soul, funk, psicodelia y una "amorfosa progresividad" proto-prog. ¿Quieres tradición y osadía al mismo tiempo? Este es el álbum. ¿Quieres al Hendrix más dual, entre la furia y la ternura? Este es el álbum. ¿Quieres lo mejor de Hendrix, lo que marcó una generación y sigue sonando atemporal? Este es el álbum.
No hay más que decir. Lo demás ya fue contado en infinidad de páginas, blogs, foros, grupos virtuales, libros y fanzines. El álbum se sostiene en un factor crucial: la experimentación de Hendrix, que aquí alcanzó su punto más audaz y ambicioso. Hasta más vernos, caminando siempre por las tierras de la Dama Eléctrica.
Cierre final
Y cuando la aguja se pierde en el último surco, lo que queda no es solo música. Lo que queda es la sensación de haber sido testigo de un ritual eléctrico, un destello en la penumbra del abismo sonoro. Electric Ladyland no es un álbum que termina: es un eco que persiste, un viaje que sigue vibrando en la memoria aunque el vinilo haya dejado de girar. Hendrix ya no es solo un guitarrista; es el chamán que convirtió la electricidad en mito, el arquitecto de un universo donde el sonido dejó de ser humano para volverse cósmico.
Y ahí está “All Along the Watchtower”, erguida como una llamarada en medio de la noche. Un grito en la oscuridad, un himno de guerra mientras caminas por las calles frías pensando en lo duro de la vida, mientras te rompes el lomo en el trabajo. Es emotiva, furiosa y entregada. La mejor. Un clásico. Y, para mí, uno de los mejores covers de todos los tiempos.
Escuchar a Hendrix después de años no es nostalgia. Es abrir un portal y encontrarte, de nuevo, con un sonido que parece nacer por primera vez en tus oídos. Porque la música real, la música que quema y alumbra, no tiene fecha de vencimiento.
Mini-Datos:
- La portada censurada: La primera edición británica de Electric Ladyland salió con una portada que mostraba a 19 mujeres completamente desnudas, fotografiadas por David Montgomery. Hendrix nunca estuvo del todo contento con esa elección de la discográfica, pero el escándalo fue tal que en EE. UU. la cambiaron por una más sobria. Hoy esa edición original es un fetiche codiciado por coleccionistas.
- Un estudio convertido en ritual: Las sesiones de grabación en los Record Plant Studios de Nueva York fueron auténticas ceremonias caóticas. Hendrix invitaba constantemente amigos, músicos y curiosos; se estima que en algunas noches había hasta 40 personas dentro del estudio, fumando, bebiendo y aportando a la atmósfera psicodélica que impregnó el álbum.
- Un monstruo llamado “Voodoo Chile”: El tema “Voodoo Chile” (versión larga, de más de 15 minutos) fue grabado prácticamente en vivo, con la banda improvisando en el estudio junto a Steve Winwood (de Traffic) en el órgano y Jack Casady (Jefferson Airplane) en el bajo. Lo que quedó fue una jam descomunal que pasó a la historia como uno de los momentos más intensos de Hendrix en estudio.
- “All Along the Watchtower” y el propio Dylan: Cuando Bob Dylan escuchó la versión de Hendrix de “All Along the Watchtower”, quedó tan impresionado que a partir de ese momento cambió la forma en que él mismo tocaba la canción en vivo. Dylan declaró que Hendrix había llevado el tema “a un lugar más alto”, apropiándose de él de una manera que solo un genio podía lograr.
- En las últimas etapas de producción, un técnico de estudio renombró el álbum erróneamente como Electric “Landlady”. El álbum casi salió lanzado bajo ese nombre, pero Hendrix se dio cuenta a tiempo y se enojó. El título fue cambiado rápidamente.
01....And the Gods Made Love
02.Have You Ever Been (To Electric Ladyland)
03.Crosstown Traffic
04.Voodoo Chile
05.Little Miss Strange
06.Long Hot Summer Night
07.Come On (Part 1)
08.Gypsy Eyes
09. Burning of the Midnight Lamp
10.Rainy Day, Dream Away
11.1983... (A Merman I Should Turn To Be)
12.Moon, Turn The Tides...Gently Gently Away
13.Still Raining, Still Dreaming
14.House Burning Down
15.All Along The Watchtower
16.Voodoo Child (Slight Return)
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