Vivo, Crudo & Salvaje: Hawkwind - Space Ritual
Whereas many psychedelic groups of the early 1970s were either going
explicitly in a prog-rock direction or more focused on texture than anything
resembling rock music, Hawkwind, on their massive live double-LP Space Ritual,
rock first and add texture later. Thanks in large part to recent recruit Lemmy
Kilmister, a rudimentary guitarist moved over to bass when he joined Hawkwind,
his fundamentally solid slabs of rhythm guitar-style bass strumming behind the
rest of the group allow them to, when the moment is right, explore the edges of
psychedelia, generating swirling keyboard, guitar, saxophone, and flute solos
(the latter two courtesy of Nik Turner) atop the group's driving rhythm section
(made all the more propulsive by drummer Simon King). Because this group
apparently did ALL THE ACID, they are often sloppy musically. There are also
some moments of pure Velveeta cheese (such as the spoken words poems that
appear throughout). Despite this, monster tracks like "Orgone Accumulator,"
"Lord of Light," and the album's highlight, "Brainstorm,"
make you forget about these. Space Ritual is a refreshing album generated from
an increasingly torpid and decaying psychedelic scene.
Un pulso grave se oye más allá del velo del tiempo. Un zumbido eléctrico crepita en la oscuridad como si un agujero negro masticara las cuerdas de una guitarra. Año 1973: el espacio no es una metáfora, es un escenario. Y Hawkwind, una tribu desorbitada de viajeros sónicos, se dispone a invocarlo desde el corazón de una Inglaterra gris e industrial.
En una época donde el rock progresivo miraba al infinito con lentes de intelectualidad barroca, y el hard rock se hacía cada vez más musculoso y terrestre, Hawkwind se disparó por la tangente. No querían tocar canciones: querían canalizar frecuencias. Su meta no era la radio, sino la resonancia. Para ellos, el escenario era una cápsula de trance donde la electricidad podía reconfigurar la conciencia. Space Ritual fue más que un álbum en vivo: fue un rito psicodélico de larga duración, un artefacto que documenta no un concierto, sino un portal abierto en plena gira.
Grabado en diciembre de 1972, pero con la energía en carne viva del ahora eterno, el disco recoge lo mejor de su gira Space Ritual Tour, una experiencia multimedia que combinaba luces estroboscópicas, poesía cósmica, danza ritual, proyecciones y una banda que parecía enchufada directamente a la mente reptil del universo. En ese entonces, David Brock y compañía no eran simples músicos: eran astronautas del alma, emisarios del delirio. Lo suyo era krautrock británico con actitud de motero zen, space rock con olor a diesel y ácido lisérgico. Era música para perderse sin mapa, donde el bajo martilleante de Lemmy (sí, el futuro líder de Motörhead) y los sintetizadores de Del Dettmar tejían un delirio sónico que no pedía permiso: invadía. Space Ritual es el registro sonoro de un trance colectivo. No se escucha, se experimenta. No se sigue, se entra. Y como toda ceremonia real, tiene un ritmo, una estructura, un corazón que late desde el fondo del cosmos hacia el oyente, exigiendo entrega total.
Un rito grabado en vivo
Corre diciembre de 1972. En una Inglaterra que bosteza entre huelgas eléctricas y lluvias interminables, hay un grupo que no está hecho para tocar en clubes, sino para abrir portales. Hawkwind no da conciertos: oficia ceremonias. Y lo que se vive en Liverpool y Brixton entre el 22 y el 30 de diciembre no es una gira cualquiera. Es una invocación estelar. Se llama Space Ritual. La unidad móvil de Pye Records —una reliquia rodante del sonido industrial británico— es desplegada como una nave testigo. Su misión: registrar lo imposible. Porque lo que ocurre en esas fechas no puede catalogarse como un simple show. Space Ritual es una criatura de luz y distorsión, nacida del exceso, de la fiebre, del vértigo sónico que arrastra tanto a músicos como al público hacia el ojo del huracán. Y así, lo que se graba se transforma en una cápsula de tiempo: el 11 de mayo de 1973, Hawkwind lanza su cuarto álbum y primer disco en vivo oficial, y con él, la tierra siente el golpe. En el Reino Unido alcanza el puesto #9, mientras que en EE.UU. apenas roza el #179, demasiado alienígena para la sensibilidad americana. Pero el culto ya está en marcha.
Space Ritual no es una colección de canciones; es una ceremonia continua. No hay pausas ni cortes limpios: todo fluye como un solo track vivo, como una serpiente eléctrica que cambia de piel a cada compás. Los sintetizadores de Dik Mik y Del Dettmar no acompañan: invaden. La voz de Robert Calvert no canta: recita visiones apocalípticas sobre galaxias podridas y viajeros del espacio que han perdido la ruta de regreso. Y en el centro, la banda. Lemmy ruge con su bajo como si persiguiera a una estrella moribunda. Dave Brock lanza acordes distorsionados con furia tribal. Nik Turner, loco de saxos y flautas, escupe notas como lenguas solares. Y Simon King, detrás de los parches, no toca: martilla, repite, encadena, impulsa. La producción no embellece. No hay overdubs edulcorados. Lo que escuchas es lo que se vivió, con todo su filo, su caos, su imprevisibilidad.
En medio de todo ese delirio, hay una historia que sobrevive entre los que lo presenciaron: Durante el show en Liverpool, ya en pleno clímax de “Brainstorm”, la sección de luces comenzó a colapsar con el ritmo. Un técnico, fuera de sí, presionó por error el botón de emergencia estroboscópica. Durante diez segundos, el escenario se convirtió en un ciclón blanco, parpadeante, insoportable. El público enmudeció. Una fracción de segundo de silencio absoluto —como si la multitud entera hubiera dejado de respirar— y luego, cuando volvió la oscuridad, el rugido fue tan inmenso que los micrófonos se saturaron y uno de los amplificadores se quemó. La banda, sin inmutarse, siguió tocando como si hubiera sido invocado a propósito. Así nació una de las anécdotas más legendarias del culto hawkwindiano: el error convertido en éxtasis.
Impresiones Personales: 1973 El Año del Despegue Psicodélico
Los loquitos espaciales de Hawkwind lanzan en 1973 su álbum en vivo titulado Space Ritual, una criatura interplanetaria grabada en carne viva durante su gira por Inglaterra, en la cúspide del delirio sónico. Oficialmente lo presentan como un disco en vivo... pero decir eso es como llamar a una supernova “una lucecita”. Este no es un álbum: es una experiencia inmersiva, una ceremonia de rock galáctico con efectos alucinógenos incluidos. Aquí se mezcla todo: electricidad tribal, poesía recitada, danzas rituales y una fuerza audiovisual que parecía diseñada no para entretener, sino para reconfigurar el cerebro. A cada paso, el disco va deslizándose entre canciones y segmentos electrónicos como un organismo vivo. Hay momentos en los que el bajo de Lemmy te arrastra por un túnel gravitacional, mientras los sintetizadores burbujean como enjambres de data alienígena y una voz declama profecías cósmicas. Y cuando parece que todo va a explotar, lo hace. Y sigue. Y no para. Lo más loco es que suena tan preciso, tan endemoniadamente bien ensamblado, que uno juraría que fue grabado en estudio con mil capas. Pero no.
Esto es directo, vivo, real. Una performance tan afinada en su salvajismo que el oyente termina atrapado, como si estuviera dentro de la nave, sintiendo la vibración metálica del casco. Las visuales, que uno solo puede imaginar si cierra los ojos lo suficiente, eran parte del delirio: Stacia danzando entre luces líquidas, proyecciones multicolores creadas por Liquid Len, y el imaginario gráfico delirante de Barney Bubbles con esa estética de cómic psicodélico y símbolo ocultista. Todo estaba diseñado para arrastrarte a otro plano. Dos temas resumen el viaje: “Born to Go”, con su crecimiento en espiral, como si la banda misma estuviera entrando en combustión y “Brainstorm”, que se siente como caer dentro de una centrifugadora espacial sin saber si saldrás cuerdo. Escuchar este disco hoy, en pleno 2025, es como sintonizar una transmisión olvidada de un culto que no murió, solo se replegó al cosmos esperando oídos dispuestos. Y aquí estamos. Hasta más vernos.
Mini-datos:
- Stacia, luces líquidas y dioses de cartón cósmico: Todo el espectáculo era un cuerpo en expansión. En escena, Stacia, la bailarina gigante de movimientos telúricos, giraba cubierta de pintura UV y lentejuelas. Las luces estaban a cargo de Liquid Len, maestro del líquido y el humo, cuyos visuales envolvían al público como un psicotrópico visual. Y el arte gráfico era diseño ceremonial de Barney Bubbles, incluyendo ese desplegable de tour donde aparece la ya mítica Hawkwind Lady, musa y guardiana de la travesía. Para ver algunas fotos de Stacia en plena performance visiten www.angel.dk/hawkwind
- Pistas como estrellas guía: Entre las piezas que resumen este ritual cósmico, hay dos himnos que deben ser nombrados: “Born to Go” que abre como una nave calentando motores, con riffs a punto de explotar. La recitación de Calvert se convierte en salmo sideral antes de la estampida de ruido y“Brainstorm” – una espiral vertiginosa que sube sin techo. La percusión martilla como si estuvieras atrapado en un acelerador de partículas. El bajo de Lemmy, un taladro que no cesa.
1. Earth Calling
2. Born To Go
3. Down Through The Night
4. The Awakening2
5. Lord Of The Light
6. Black Corridor
7. Space Is Deep
8. Electronic No 1
9. Orgone Accumulator
10. Upside Down
11. 10 Seconds Of Forever
12. Brainstorm
Disc 2
1.7 By 7
2.Sonic Attack
3.Time We Left This World Today
4.Master Of The Universe
5.Welcome To The Future
6.You Shouldn't Do That
CODIGO: @
Nota: Edición Delux por el 50 aniversario del álbum (contiene 10 discos)
Anexo:
Hawkwind - Doremi Fasol Latido
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