Screamin’ Jay Hawkins - At Home With Screamin’ Jay Hawkins
Y'know, while obviously problematic, this is still an album worth spending a bit of time with. I Put a Spell On You is the clear standout... it's still an outrageously good track with an equally outrageous performance. Nothing else really comes close to matching it. Ol' Man River is also a high point.
Absolutely ridiculous.....his vocals are sooooo
over-the-top.......really unique, definitely worth a listen or three....
Screamin’ Jay Hawkins: El Profeta del Caos Escénico
Abrir este archivo es como encender una vela en un cuarto oscuro: las sombras se agitan, las paredes respiran y una carcajada profunda quiebra la calma. Lo que aparece no es solo un cantante, sino una fuerza de la naturaleza disfrazada de hombre: Screamin’ Jay Hawkins. El hombre, el artista, la leyenda y el culto. Su figura se alza como un espectro entre dos mundos: el del blues tradicional y el del espectáculo grotesco. Con su ataúd, calaveras, collares de huesos y chillidos demenciales, transformó el escenario en un ritual y el blues en un conjuro. Era un predicador del absurdo, un chamán eléctrico que convertía cada canción en ceremonia delirante.
En 1958 lanzó “At Home With Screamin’ Jay Hawkins”, un debut que no parecía un álbum, sino un grimorio. Canciones que podían hacerte reír, estremecerte o sacudirte como en un cabaret embrujado, siempre con su sello: exceso, desborde y un descaro que parecía magia negra. Hawkins no solo interpretaba, poseía la música con cada alarido, como si en cada grabación invocara un espíritu distinto. Antes de Alice Cooper, antes de Arthur Brown, antes de que existiera la palabra shock rock, Hawkins ya había prendido fuego a la noción de lo que un artista podía ser: más que músico, un mito en carne viva.
Y como todo mito, vivía entre la farsa y la realidad. En el 58, mientras presentaba su primer LP, salió de gira junto a Chuck Willis y Nappy Brown. Cada uno viajaba en su Cadillac, con una caja de whisky, bourbon y brandy en el maletero, improvisando bares al costado de la carretera. En Nueva York, al salir de su ataúd durante la actuación, apareció llorando y rascándose: habían metido un mono dentro con él… y el pobre animal tenía diarrea. En Chicago, cuando el dueño del club se negó a pagarle lo acordado, Hawkins vengó el insulto triplicando la cantidad de pólvora para los efectos especiales. Cuando le dieron la señal de prender la mecha, lo que ardió no fue solo el escenario: ardió la memoria de todos los presentes. Se decía que dormía en su ataúd para entrar en personaje, que bebía licor como si fuera agua bendita, que tenía hijos desperdigados por el mundo (57 para ser exactos) como chispas de sus noches salvajes. Más que biografía, Hawkins dejó una mitología. Y ese es el territorio que vamos a explorar.
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Un hombre, un ataúd y un grito capaz de despertar muertos. |
Contexto histórico: El Hombre que Aullaba Contra 1958
1958. Estados Unidos todavía huele a pólvora de posguerra y a gasolina de Cadillac. El rock and roll apenas ha nacido y ya está generando escándalos: Elvis contonea las caderas en la televisión, Chuck Berry abre la autopista eléctrica, Little Richard grita como un demonio santificado, y la juventud blanca baila ritmos negros en los sótanos de las ciudades. El país está dividido entre la conservadora América suburbana y una juventud que empieza a rebelarse con ritmo, sudor y guitarras. En ese escenario aparece Screamin’ Jay Hawkins, pero no como un simple cantante de rhythm & blues: entra como una figura inclasificable, un excombatiente de guerra, boxeador, actor frustrado y pianista clásico torcido hacia el delirio. El 58 lo encuentra en plena transición: de músico de bar y cantante de big band a showman de culto, capaz de meter a su público en una especie de misa negra con humor y aullidos.
La industria musical estaba cambiando a pasos de gigante:
- Los sellos empezaban a explotar el rock and roll juvenil como producto de masas, suavizando a los artistas negros para hacerlos digeribles al público blanco. El blues urbano de Chicago se transformaba en electricidad con Muddy Waters y Howlin’ Wolf, mientras que la música negra seguía marginada, relegada a circuitos paralelos y clasificada bajo la etiqueta de race records. El año también fue bisagra en lo cultural: James Brown ya estaba preparando su asalto al soul, mientras los jóvenes beatniks encendían cigarrillos en Greenwich Village y soñaban con otra América. En medio de ese hervidero, “At Home With Screamin’ Jay Hawkins” aparece como un objeto extraño, un álbum que no encajaba en ninguna caja de la industria. Ni completamente blues, ni jazz, ni rock and roll, sino algo más primitivo y a la vez adelantado: un espectáculo sonoro que tenía tanto de vodevil, como de ritual tribal y comedia macabra. Si el rock de Elvis era la chispa del escándalo juvenil, lo de Hawkins era directamente dinamita ritual: un artista negro que no suavizaba nada, que en lugar de buscar aprobación jugaba a ser un brujo endemoniado, carcajeándose de la moral blanca y sacando a relucir la teatralidad como arma.
El 58 fue un año de transición en la música popular, pero en ese cruce de caminos, Screamin’ Jay Hawkins decidió no seguir ninguna dirección: abrió un atajo delirante, oscuro y festivo, que más tarde alimentaría tanto al shock rock como al punk y al garage. Ese álbum no fue un producto, fue un fenómeno aislado. Una grieta en la historia por donde se coló el mito.
Impresiones Personales: El Hombre que Aullaba Contra 1958
Debo ser honesto: este disco, al principio, me dejó un poco torcido, no era lo que esperaba. Pero entonces sonó “Hong Kong” y todo dio un giro brusco. “El Gritón” Hawkins me sacudió la cabeza con su performance y me entregó momentos de brutalidad. Escucharlo cantar era algo fuera de lo común: gritos, aullidos, sonidos guturales… Hawkins parecía un freak del show, pero la cosa no quedaba ahí. Jay no era tan solo un excéntrico buscando provocar. Era un artista completo. Por ejemplo, en “I Love Paris” demuestra una versatilidad inesperada, y en cortes como “Yellow Coat” o “Ol’ Man River” se transforma: es un camaleón que va cambiando de piel sin perder su identidad. Tiene un encanto raro, magnético, que te atrapa aunque intentes escapar. Y en “I Put a Spell onYou” lo demuestra: en ese punto el disco suelta candela. Hawkins se desata como un verdadero poseso, un showman desbocado que convierte la canción en un ritual delirante. Aullidos, gritos, un frenesí que parece invocar espíritus desde el fondo de un cementerio.
Para ser 1958, esto era pura dinamita adelantada a su tiempo. No me queda duda: Arthur Brown y muchos otros bebieron del cáliz envenenado de Hawkins. Este álbum no es tan solo otro disco más: el álbum es mítico, aunque debo aceptar que, contra todo lo que brinda, no alcanza un clímax profundo. El asunto aquí es la enorme versatilidad y carisma que tiene Hawkins, que hace que todo tenga otra dimensión. Su forma de cantar, de moverse y de expresarse con todos esos gestos es lo que realmente se valora del álbum, y ahí está su valor oculto. Hawkins se encuentra entre el delirio y el frenesí, y aseguró un lugar eterno en el culto.
Mini-datos:
- El debut embrujado (1958): At Home With Screamin’ Jay Hawkins fue publicado originalmente por Epic Records, y aunque no fue un éxito de ventas, sembró la semilla del culto: era demasiado raro y demasiado adelantado para su tiempo.
- “Hong Kong”, el viaje marcial: la canción mezcla tambores casi militares con gritos estridentes, como si Hawkins se hubiera colado en una película de serie B de artes marciales dos décadas antes de que esas pelis explotaran en Occidente.
- El hechizo prohibido: “I Put a Spell on You” fue censurada en varias radios de la época por considerarla “demasiado salvaje y obscena”. Eso solo aumentó el mito alrededor de la canción y de Hawkins como figura peligrosa.
- El ataúd como aliado: Hawkins adoptó el truco del ataúd después de que Alan Freed, famoso DJ, lo convenciera de dramatizar más su entrada. Aquello, que empezó como un chiste publicitario, terminó convirtiéndose en parte inseparable de su leyenda.
- Un clásico a la fuerza: Hawkins nunca planeó cantar “I Put a Spell on You” como un grito poseído. Según él, estaba borracho durante la grabación y se dejó llevar. Esa improvisación accidentada resultó ser su marca eterna.
- Un mito de paternidad: A lo largo de su vida, se le atribuyeron decenas de hijos desperdigados. Años después de su muerte, se organizó incluso un encuentro de supuestos descendientes para intentar rastrear cuántos podían ser en realidad.
01. Orange Colored Sky
02. Hong Kong
03. Temptation
04. I Love Paris
05. I Put A Spell On You
06. Swing Low, Sweet Chariot
07. Yellow Coat
08. Ol' Man River
09. If You Are But A Dream
10. Give Me My Boots And Saddle
11. Deep Purple
12. You Made Me Love
CODIGO: @
Howlin’ Wolf – The Howlin’ Wolf Album
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