Klaus Schulze - Timewind
Klaus Schulze's music is like sci-fi. On one hand it's futuristic and achieves things that others could only dream about at the time. On the other hand, it never fully predicts the future, so it ends up more or less dated. But, that doesn't stop it from being awesome. On the contrary, it makes it unique.
Schulze's best album since Irrlicht; two immense soundscapes of glacial-like progression that never fail to captivate despite their inherent stillness.
Timewind: El Aliento de la Máquina Sagrada
Hay discos que no se limitan a sonar: respiran. Uno presiona play y algo se abre, como si una grieta microscópica en el tejido del tiempo empezara a expandirse. Timewind es exactamente esa grieta: un portal silencioso que Klaus Schulze cinceló a punta de osciladores, secuencias minimalistas y una paciencia casi monástica. Era 1975 y Schulze ya se había zambullido por completo en la electrónica más primitiva. Sin embargo, aquí algo cambia. No solo construye atmósferas: las habita. Lo que nació como un homenaje muy libre a Wagner terminó siendo una de las piedras angulares de la escuela Berlín, un álbum que se siente a la vez antiguo como un rito y futurista como una máquina recién activada.
El Motor de la Eternidad: Schulze y la Era del Secuenciador
Cuando Timewind llegó a las tiendas en 1975, Klaus Schulze ya era un nombre inquietante dentro del universo de la electrónica alemana. Había pasado por Tangerine Dream y Ash Ra Tempel, pero su verdadera identidad estaba naciendo en solitario, rodeado de máquinas que todavía parecían prototipos de un laboratorio futurista. Con su quinto álbum, Schulze no solo consolidó ese camino: lo redefinió.
Por primera vez en su discografía, Schulze incorporó un secuenciador analógico como eje compositivo. En aquella época, no era una herramienta común: más que un instrumento, era un artefacto experimental que exigía paciencia, precisión quirúrgica y un oído dispuesto a moldear el tiempo mismo. Ese gesto sería un parteaguas. A partir de Timewind, el secuenciador se convertiría en la columna vertebral de gran parte de su obra posterior, y también en uno de los cimientos del sonido que más tarde se conocería como la Escuela de Berlín: largas estructuras, patrones repetitivos, expansiones lentas y atmósferas que no narran, sino que meditan.
El álbum llegó acompañado de una portada diseñada por Urs Amann, artista suizo que se volvería cómplice visual de Schulze durante varios trabajos más. La ilustración, con su aura onírica, funciona como prólogo silencioso del viaje cósmico que se esconde dentro: un recordatorio de que la electrónica alemana de mitad de los setenta no solo estaba ampliando los límites de la música, sino también su imaginario.
En 1976, Timewind fue reconocido con el Grand Prix du Disque de L’Académie Charles Cros, uno de los premios más prestigiosos dentro del campo fonográfico europeo. Y tres décadas más tarde, en 2006, Revisited Records reeditó el álbum con material adicional, reafirmando su estatus como obra fundamental dentro del canon electrónico.
La estructura del disco revelaba dos formas distintas de aproximarse al sonido. “Bayreuth Return”, la pieza que ocupa la primera cara, fue grabada en una sola toma con equipo de dos pistas, en lo que esencialmente fue una actuación en directo dentro del estudio. Su esqueleto es un único patrón de secuenciador analógico que Schulze manipuló en tiempo real, sumando acordes de sintetizador de cuerda, melodías improvisadas y un enjambre de efectos que parecían respirar por su cuenta.
La segunda pieza, “Wahnfried 1883”, era todo lo contrario: una composición lenta, construida por capas y grabada en múltiples pistas. Aquí no hay ritmo marcado; hay atmósfera, bruma, y una serie de cambios tonales que parecen girar como un caleidoscopio sin un centro definido. Muchos interpretaron esa fluidez como un homenaje velado a Wagner —no solo por el título, sino por la solemnidad luminosa que impregna la pieza—. Como detalle final, la contraportada del vinilo original incluía un fragmento de la partitura gráfica de la obra, reafirmando su espíritu casi litúrgico.
Timewind marcó un antes y un después. Fue el momento en que Schulze dejó de ser un pionero más del krautrock electrónico para convertirse en una brújula. Un punto de convergencia entre técnica, imaginación y audacia estética. Un disco que no solo documenta una etapa: funda una escuela. [*]
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| Klaus Schulze y el Nacimiento del Tiempo Electrónico |
Impresiones Personales: Cuando el Tiempo Respira
Un álbum cerebral, tejido con matices electrónicos que se despliegan como constelaciones inesperadas. Timewind no solo suena: levita. Es una aventura sonora que despega suavemente desde la Tierra y, sin pedir permiso, nos eleva hacia un cosmos donde la lógica se diluye entre pulsos analógicos. Klaus Schulze sabe cómo tomar la electrónica primitiva —esa que cruje, palpita y respira como una criatura de cables y voltajes— y abrirla en una dimensión alterna. Allí, los paisajes sonoros se vuelven mágicos, casi rituales. Timewind es astral, hipnótico, denso como la niebla de un planeta lejano. Quien se atreva a explorarlo se encontrará frente a un laberinto de ráfagas electrónicas o un mantra que se arremolina en una infinita armonía electro-celestial que parece caer en un vórtice sin fondo. Hay que escucharlo con paciencia, con entrega. Pero cuando dominas la tempestad interna de Timewind, cuando te dejas arrastrar por su oleaje cósmico sin resistencia, toda la odisea sonora se revela como una experiencia profundamente enriquecedora.
El álbum tiene dos caras, dos respiraciones:
Una celestial, que se desliza por la solemnidad de unas caricias divinas hechas de osciladores; y otra interior, una peregrinación hacia el alma donde el tiempo se deshace entre los dedos, como arena, hasta que terminamos perdidos dentro de nuestros propios pensamientos, flotando en una eternidad líquida.
- Grabado como un conjuro en una sola toma: “Bayreuth Return”, la primera cara del álbum, fue registrada en una sola toma, en vivo dentro del estudio, usando solo dos pistas. Schulze improvisó gran parte del viaje, manipulando el secuenciador en tiempo real como si fuera un animal vivo.
- El disco que forzó el nacimiento de la Escuela de Berlín: Aunque ahora se asocia automáticamente con el Berlin School, en 1975 ese concepto todavía no existía formalmente. Timewind se volvió uno de los pilares que definieron el movimiento: largas secuencias hipnóticas, evolución lenta, trance electrónico.
- Un homenaje secreto a Wagner… con espíritu kraut: “Wahnfried 1883” toma su nombre de la casa donde vivió Wagner, y 1883 es el año de su muerte. Pero Schulze transformó ese guiño en algo muy suyo: un paisaje espiritual y cambiante, lleno de tonos que jamás podrían existir en un templo clásico.
- El premio que consagró a Schulze como maestro absoluto: En 1976 el disco ganó el Grand Prix du Disque de L’Académie Charles Cros, uno de los reconocimientos más prestigiosos de Europa. Fue la señal definitiva de que Klaus no solo jugaba con máquinas: estaba componiendo arte mayor.
01. Bayreuth Return
02. Wahnfried 1883
CODIGO: @
Nota: [*] Fuente Wikepedia
Anexo:



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